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La tragedia de la madrugada del martes 8 de abril en el Jet Set nos cambió como sociedad. No bien hemos padecido desastres naturales, y una que otra desgracia estructural o explosiones, nada se asemeja a la magnitud de este suceso.
El dolor que nos abraza como sociedad es muy fuerte, mucho más estremecedor ha de ser el dolor que llevan las familias de las personas afectadas y fallecidas, que, al tratarse de un lugar de diversión, quienes estaban, lo hacían en pareja o en compañía de amigos y/o familiares, situación que aumenta aún más el impacto de esta tragedia.
Imaginemos a un niño, niña o adolescente que pierde a sus padres, sin poder contar con su abuela o tíos, porque también perecieron ahí. O el anciano que perdió a toda su descendencia en una noche, en fin, las consecuencias reales de todo esto apenas comienzan por la parte más dura; ver morir a más de 200 personas, entre ellas, el artista que fue el motivo principal de la asistencia al lugar esa noche, Rubby Pérez.
Hoy, una sociedad indignada y conectada, expresa en las redes sociales que caigan cabezas y paguen las consecuencias, y no es para menos. ¿Quién se atrevería a decir que hay que llevar un debido proceso? Sobre todo cuando el “debido proceso” es “a su antojo” en la justicia dominicana. Todas las condiciones están dadas para que el razonamiento sea inútil.
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Es evidente que un techo se desploma cuando no cuenta con las condiciones de sostenerse, para eso no hay que ser científico de la NASA.
En el transcurso del tiempo se irá sabiendo, si todo eso que se escucha sobre estudios previos, inspecciones, cartas de advertencia, entre otros, serán ciertas o no. Sin embargo, es “el tiempo” precisamente el enemigo principal de nuestra sociedad, ya que nos han enseñado a temerle y a desconfiar de él.
Como en toda situación o caos inesperado, salen a flote nuestras fortalezas y debilidades, de estas últimas, me hago la siguiente pregunta: ¿Realmente aprenderemos algo de esta tragedia?
Yo siento que cada vez que nos pasa algo terrible, la reflexión del aprendizaje sale a flote. Desde lo particular, es decir, experiencias que no son colectivas y nos afectan directamente en la familia por la pérdida prematura de un ser querido, hasta lo colectivo, como la pandemia del COVID-19, incendios, inundaciones, accidentes, entre otros.
Hasta ahora, no creo que es mucho lo aprendido en comparación al nivel de enseñanza que nos deja cada tragedia o situación extrema que hayamos vivido. Por ejemplo, la muerte de una madre y su bebé en pleno Piantini por envenenamiento indirecto fruto de la fumigación de un apartamento vecino, no ha generado ninguna regulación en los condominios. Los incendios en fábricas llenas de anexos y pasillos estrechos, tampoco han hecho más rigurosas las medidas de seguridad en lugares de trabajo o comerciales.
En este país, se construyen plazas, parques y estadios con grandes portones, para tenerlos cerrados con candados cuyas llaves las guarda algún conserje, mientras asistimos masivamente a conciertos, juegos de pelota y ferias, sin saber cómo saldremos en caso de emergencia.
Lamentablemente, se acercan tiempos muy difíciles. Hasta en las mejores familias un accidente separa a sus miembros, imaginemos las consecuencias que vendrán después de todas estas muertes, lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Cómo la sociedad, las víctimas sobrevivientes, los descendientes de las personas fallecidas, el Ministerio Público, la clase política y empresarial, jugarán su rol según la responsabilidad que les compete, las exigencias, más el dolor y la indignación que sienten?
Hoy, no tenemos espacio para reflexionar al respecto.
Mis más profundas y sinceras condolencias a todas las familias afectadas, ojalá y cuenten con la bendición de encontrar consuelo y fortaleza espiritual para poder salir adelante.
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