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Rusia y Estados Unidos (EE. UU.) han puesto a la Unión Europea (UE) contra las cuerdas. Al este, la guerra en Ucrania presiona a los Veintisiete para reforzar su seguridad y aumentar su gasto en Defensa; y al oeste, la guerra comercial iniciada por la Casa Blanca amenaza con golpear a una economía europea que no termina de despegar. El bloque debe tomar decisiones y actuar con urgencia para definir su papel en el mundo, en un momento en el que también acusa cierta debilidad interna, con los Gobiernos de sus cuatro grandes países -Alemania, Francia, España e Italia- en situación de debilidad.
En este contexto, Reino Unido y su primer ministro, Keir Starmer, se erigen como punta de lanza de Europa, con una relación más cercana con la Administración Trump y su iniciativa junto con Francia para una propuesta de paz en Ucrania. En el frente económico, el bloque comunitario busca el diálogo con Washington, con el balón de oxígeno que suponen los 90 días de tregua en los aranceles recíprocos. Pero si las palabras no funcionan, los Veintisiete ya tienen en la recámara las tasas de entre el 10 y el 25% a 1.700 productos estadounidenses aprobadas esta semana. Y en paralelo deberá buscar nuevos socios para redirigir sus relaciones comerciales y minimizar el impacto de la guerra arancelaria.
Alemania -la mayor economía del euro y uno de los mayores exportadores de vehículos y maquinaria a EE. UU.- será uno de los países más afectados por este conflicto, en un momento en el que trata de competir contra los vehículos chinos eléctricos, más baratos. Pero la alemana no es la única economía que batalla para cerrar la brecha competitiva con China y EE. UU. La Comisión Europea propuso en febrero reducir las exigencias ambientales a las empresas para que puedan competir contra los fabricantes de esas dos potencias y, en marzo, anunció que dará tres años más a la industria automotriz para cumplir con sus objetivos de emisiones, lo que les permitirá evitar multas millonarias.
Siguiendo las recomendaciones del expresidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, el bloque está tratando de reducir los precios de la energía -su principal desventaja, ante Pekín y Washington-, de impulsar la producción europea de componentes críticos como los chips y de diversificar sus fuentes de suministro para conseguir mejores acuerdos y evitar chantajes.
Las inversiones nacionales también deben aumentar para impulsar la innovación, en un momento en el que las costuras presupuestarias también deben ensancharse para dar espacio a un mayor gasto en Defensa. La cumbre de la OTAN en La Haya, en junio, servirá para establecer un nuevo suelo de gasto de los países aliados, que según el secretario general de la Alianza Atlántica, Mark Rutte, deberá situarse por encima del 3 %. Para facilitar esa inyección de dinero, Bruselas ha planteado la suspensión de las reglas fiscales para aumentar el gasto militar a nivel nacional, la reasignación de los fondos de Cohesión y 150.000 millones de euros en préstamos que servirán para financiar el rearme europeo.
Obstáculos nacionales
Los Veintisiete deberán sortear sus obstáculos nacionales para avanzar en la dirección que marca el Ejecutivo comunitario. En Alemania, el principal escollo es el “freno de deuda” ideado por la canciller Angela Merkel -un mecanismo que limita el déficit público anual y que dificulta la puesta en marcha de ayudas estatales-. El debate para eliminar esta herramienta acabó con la coalición del socialista Olaf Scholz y el Gobierno entrante de Friedrich Merz -que cuenta con una mayoría ajustada en el Bundestag- ha anunciado reformas económicas y fiscales, pero que sin la retirada del freno de deuda podrían ser insuficientes para revitalizar la economía, en situación de estancamiento tras dos años en recesión. Su eliminación también será clave para que el país pueda aumentar su gasto en Defensa, otra de las prioridades del líder conservador.
La situación en Francia tampoco da lugar al optimismo. La destitución del primer ministro Michel Barnier a finales de 2024, ha dejado en una posición de debilidad al Gobierno del presidente Emmanuel Macron, con una economía que apenas crecerá un 0,1% este año y con una elevada deuda y déficit públicos. El Elíseo se debate ante la necesidad de aumentar su gasto en Defensa y la necesidad de estabilizar su situación fiscal, lo que requerirá ajustes presupuestarios importantes y reformas estructurales.
España, por su parte, encara estos retos con unas previsiones económicas algo más halagüeñas, siendo una de las economías del euro que más crecerán en 2025. El Gobierno español, sin embargo, no ha cosechado los apoyos necesarios para llevar a cabo la reforma fiscal que exige Bruselas y de la que depende parte del quinto pago de los fondos de recuperación Next Generation. Tampoco ha podido sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado -los últimos fueron los de 2023- lo que limita el margen de maniobra del país para aumentar el gasto en Defensa, un ámbito en el que actualmente se encuentra a la cola de los países de la OTAN, con un gasto del 1,28 % de su Producto Interior Bruto (PIB) en 2024.
El Gobierno italiano también enfrenta numerosos desafíos a nivel interno, con tensiones con el poder judicial, que investiga a varios miembros del Ejecutivo, y la decisión de los tribunales del país de tumbar la iniciativa de la primera ministra, la ultraderechista Giorgia Meloni, para deportar a migrantes a centros de detención en Albania. Los aranceles de Trump complican una situación económica precaria, con un crecimiento de apenas el 0,6% para este año y que impactará en el sector automotriz y en el agrícola. Todo ello complica el aumento del gasto en Defensa, que podría llegar a comprometer la estabilidad fiscal del país, que enfrenta una elevada deuda pública.
Starmer, la esperanza
A la debilidad de los principales países del bloque se suma la falta de un líder fuerte, que sirva como referente europeo. Tras la retirada de la política de Merkel, Macron intentó recoger el testigo -sin éxito- y también el español, Pedro Sánchez, que tras la caída del Gobierno de Scholz se ha quedado prácticamente solo como uno de los pocos líderes socialistas de los Veintisiete, junto con la danesa Mette Frederiksen. Meloni, que fue la primera líder europea en viajar a Washington desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, es la referencia de la ultraderecha en Europa, pero aún pelea por lograr el reconocimiento de las fuerzas políticas tradicionales. En esta coyuntura surge la figura del “premier” británico Keir Starmer, con una relación más fluida con el presidente estadounidense, ha organizado dos cumbres de apoyo a Ucrania -con la iniciativa de la coalición de voluntarios y una propuesta para lograr la paz en el país-. A pesar de que EE. UU. aún no ha dado su respaldo, el primer ministro británico mantiene sus planes para el despliegue de una futura misión de paz en Ucrania, un plan con el que el Gobierno británico saca pecho y muestra su fuerza de movilización a nivel europeo. Todo ello sin ni siquiera formar parte de la UE.
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