Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
1. Estados Unidos ha desatado una conmoción en la economía global sin precedentes en los últimos cuarenta años: una contraofensiva a gran escala para defender la supremacía de Washington en el mercado mundial y en la comunidad internacional de Estados. Cualquiera que subestime las consecuencias de semejante contraofensiva está cometiendo un error imperdonable.
El impacto de esa contraofensiva solo podría compararse con el “momento Nixon” de 1971, cuando Washington subvirtió los Acuerdos de Bretton Woods y puso fin a la convertibilidad fija del dólar en oro, para lo cual procedió a devaluar la moneda de reserva a fin de poder hacer frente al crecimiento alemán y japonés, al aumento del déficit comercial estadounidense y a la necesidad de financiar la guerra de Vietnam [i] .
O con el “momento Reagan”, cuando la Reserva Federal elevó al 21,5 % la tasa de interés de referencia para combatir una inflación superior al 13,5 %, el escalamiento de la deuda pública, que alcanzó entonces por primera vez el billón de dólares, la necesidad de financiar la carrera armamentística contra la URSS tras el triunfo revolucionario en Nicaragua — que amenazaba con extenderse a toda Centroamérica — , así como en Irán — que a su vez amenazaba con desatar una ola de radicalización islámica contra Israel — , y la caída de las dictaduras en el cono sur de América Latina [ii] .
Es imposible entender el “momento Trump” de la guerra arancelaria sin tener en cuenta la presión que ejercen más de cuarenta años de crónicos y gigantescos déficits comerciales y fiscales que son el talón de Aquiles de Estados Unidos, aun cuando no hayan impedido un miniboom con Ronald Reagan en los ochenta, Bill Clinton en los noventa y George Bush hijo en la primera década del siglo XXI. Cualquier otro país, incluso entre las grandes potencias, se habría hundido en una espiral de inflación, desinversión, recesión y desgobierno. Por su comportamiento, tales déficits constituyen una distorsión, una “excepcionalidad” o una “anomalía”.
Ningún país puede mantener indefinidamente una disfuncionalidad o un patrón de consumo dependiente de un endeudamiento “infinito” que descansa en las reservas de capital de otros Estados y de fracciones de la burguesía extranjera que compran bonos del Tesoro yanqui. Ello ha sido posible solo porque Estados Unidos, la mayor potencia mundial, tiene casi el monopolio de la emisión de moneda de reserva, ya que el papel del euro, la libra o el franco suizo es mucho menor.
Paradójicamente, Estados Unidos funciona como “aspiradora” de la acumulación capitalista al tiempo que mantiene sobrevalorado el dólar, haciendo menos competitiva la economía estadounidense. El desafío estratégico se ha hecho evidente en los últimos diez años: el contraste entre el estancamiento de los centros imperialistas tras la crisis de 2007/08 y el salto cualitativo del fortalecimiento de China ha hecho sonar las alarmas de una fracción de la burguesía estadounidense.
2. En 2024, el déficit comercial de Estados Unidos rondaba los 918.400 millones de dólares, mientras que el déficit fiscal alcanzaba los 1,8 billones de dólares [iii ]. La deuda pública es de 36 billones de dólares y solamente el pago de intereses consumirá 1 billón de dólares, cifra superior al presupuesto militar total del Pentágono [iv ]. El Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos ascendía para esa fecha a 29,16 billones de dólares, todavía un 26,5 % del total mundial, pero en declive [v] .
En teoría, esos déficits gemelos no deberían ser posibles. Pero así es. El orden de Bretton Woods, surgido a raíz de la catástrofe de las dos guerras mundiales, dio paso a la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), precisamente para evitar que esos desequilibrios fueran solo transitorios y susceptibles de mantenerse bajo control, y no el detonante de un nuevo crash mundial como el ocurrido en 1929. Aún así, Estados Unidos rompió con Bretton Woods en 1971 para preservar intacto su estatus de potencia, y de nuevo en 1981, para llegar a la URSS e imponerle la restauración del capitalismo.
Entre 2001 y 2005, América Latina se vio convulsionada por una ola revolucionaria provocada por una década de ajustes neoliberales. La crisis mundial de 2007/08 fue una señal de que la financiación tenía límites inevitables y de que su costo era políticamente insostenible. En el Magreb, la oleada revolucionaria se extendió de Túnez a Egipto y Siria.
¿Qué puede explicar esa “excepcionalidad” estadounidense? El hecho de que Estados Unidos emite la moneda de reserva mundial sin respaldo y sin reglas. El derecho de señoreaje del dólar enfrentó límites hasta 1971, pues Bretton Woods había condicionado el papel de moneda de reserva a la paridad fija de convertibilidad con el oro. Pero esa regla expiró hace más de medio siglo.
La superioridad de Estados Unidos se impuso en el mundo porque ese privilegio fue decisivo para mantener una maquinaria bélica que hacía las veces de “paraguas atómico” que protegía a la Tríada. Al mismo tiempo, el papel del gigantesco mercado interior estadounidense como “importador de último recurso” permitió a Europa y Japón, pero también a China, entre otros, acumular superávits comerciales que financiaron el déficit fiscal por medio de la adquisición de títulos de deuda estadounidenses. Así funcionó durante décadas en el período posterior a 1989/91. La estrategia neoliberal de financiarización garantizó la supremacía unipolar tras la restauración capitalista en la exURSS. Pero con el tiempo se habría de agudizar otra contradicción.
3. Desde la crisis de 2007/08 y la transición de Bush hijo a Barack Obama, hasta el primer mandato de Donald Trump, Estados Unidos ha practicado la estrategia del QE (Quantitative Easing), es decir, de la “flexibilización cuantitativa” o relajación monetaria. La llamada Quantitative Easing consistió en la adopción de tipos de interés negativos o inferiores a la inflación para estimular el consumo y la producción. De esa forma, se producía una “fuga hacia delante” — combatiendo el exceso de liquidez con más liquidez — y se mantenía a raya las perspectivas de una depresión mundial como la de los años treinta del siglo XX, sin que por ello se llegase a impedir lo que se conoce como la década perdida, tras lo cual vino la pandemia.
Entretanto, inevitablemente se sobrevaloró el dólar y se exacerbó el desplazamiento industrial hacia Asia. El capitalismo mundial ganó “tiempo histórico”, pero tanto en Europa como en Estados Unidos aumentaron la pobreza y la desigualdad social. Black Lives Matter se convirtió en el mayor fenómeno de movilización social en Estados Unidos en décadas, y echó a andar a toda una nueva generación. El choque arancelario de Donald Trump tiene como objetivo explícito internalizar las cadenas de producción. Pero también está dirigido a ejercer presión para que se devalúe el dólar, se reduzca la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal — que ha aumentado con la inflación pospandémica — y se prorrogue el perfil de la deuda pública estadounidense.
La “ironía dialéctica” de la historia ha estribado en el hecho de que durante la etapa de la globalización, o del apogeo de la supremacía estadounidense, el país que más creció, se modernizó e industrializó fue China, que está comenzando a desdolarizarse por el medio de la articulación de los BRICS. China mantiene ya un sistema de pagos en su propia moneda con Rusia, desde que las sanciones por la guerra de Ucrania provocaron una ruptura con el sistema SWIFT [vi].
La sobrevaloración del dólar hizo que los costos de producción fueran muy elevados en Estados Unidos, y la estrategia de globalización favoreció la transferencia industrial a Asia. La libre circulación de capitales financió la industrialización acelerada de China. Lo gigantesco del mercado interior estadounidense le aseguró el papel de “importador mundial”. Pero al mismo tiempo, la supremacía estadounidense pasó a depender de su superioridad financiera y militar. Los costos del mantenimiento de las fuerzas armadas como “paraguas atómico” llegaron a ser desproporcionados. El choque de Trump responde a esa amenaza. Los aranceles son una movida táctica que obedece a una estrategia mucho más amplia. Parece una “locura”, pero sigue un “método”.
4. Donald Trump tiene un plan y su estrategia es coherente con ese plan. En cuanto a la economía, apuesta a que la presión inflacionaria que supondrán los aranceles pueda compensarse con la devaluación del dólar. Richard Nixon rompió con Bretton Woods para contener a Alemania y Japón, Ronald Reagan rompió con la coexistencia pacífica para tender un cerco a la URSS, Donald Trump ha roto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Tratado de París y hasta con la Organización Mundial de la Salud (OMS), y desafía a la OTAN y las Naciones Unidas.
También promueve abiertamente una ofensiva nacional-imperialista neocolonial: amenaza con anexarse a Groenlandia e intimidar a Dinamarca, ha recuperado el control sobre el Canal de Panamá, humilla a Canadá y ha hecho suya la línea de la extrema derecha sionista de Israel que propugna la depuración étnica en la franja de Gaza. Entre tanto, exige a la Unión Europea que se alinee incondicionalmente con Estados Unidos contra China y maniobra para separar a Moscú de Pekín.
Han sido solo los primeros pasos, que se han dado incluso antes de que se cumplan los primeros 100 días de su gobierno. Irán y Venezuela se verán amenazados. Cuba estará en la mira. México se salvará relativamente porque es una semicolonia con un estatus privilegiado. Estados Unidos apuesta por la recuperación de una mayor cohesión social interna en el país y por la industrialización de sectores estratégicos. Apoya la intensificación de las prospecciones petroleras para garantizar la soberanía energética. Pero sabe que necesita mantener la superioridad en las nano
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