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La mítica película Tiburón (1975) dejó una huella imborrable en todos los espectadores: la necesidad de mirar al fondo de la inmensidad del mar, sobre todo si navegamos lejos de la costa, para asegurarnos de que ningún depredador pueda cazarnos, como ocurre en la cinta dirigida por Steven Spielberg. La imagen que se proyecta sobre ellos es la de una criatura despiadada y cuyo único objetivo es devorar a los bañistas que se relajan en un pueblo costero estadounidense. Los buscan, los huelen y las consecuencias son fatales. Y todo ello sin un motivo aparente.
Sin embargo, la imagen creada por el cine no se ajustaría a la realidad, según los hallazgos de una nueva investigación publicada en Frontiers, que apunta a que muchas de estas mordeduras se producen tras un ataque previo al animal y en legítima defensa. Lo que es conocido como “autodefensa”, una reacción natural en el caso de otros animales, como aves y mamíferos terrestres.
“Demostramos que las mordeduras defensivas de tiburones a humanos — una reacción a la agresión humana inicial — son una realidad y que el animal no debe ser considerado responsable ni culpable cuando ocurren”, sostiene el especialista en tiburones e investigador de la Universidad PSL y primer autor del artículo, Eric Clua.
Al contrario de lo que se cree, las mordeduras de tiburón son poco frecuentes: solo ocurren unas 100 al año y tan solo el 10 % son mortales. Pero, ¿por qué se producen estas mordeduras? ¿Son intencionadas o surgen como una reacción a una agresión previa? Hasta ahora, se trabajaba solo con dos hipótesis: lo hacen por la competencia y el territorialismo y también por la depredación. Sin embargo, esta nueva investigación aporta otra razón: la autodefensa.
Los investigadores compararon las mordeduras de tiburón en una base de datos que las clasifica como “provocadas” o “no provocadas”. Extrajeron esos datos de los Archivos Globales de Ataques de Tiburón, donde se han documentado casi siete mil mordeduras desde 1863. Se centraron en las mordeduras relacionadas con actividades que podían incomodarlos, como la pesca o el manejo de trampas pasivas para peces.
El equipo encontró 322 mordeduras podrían haber sido motivadas por la autodefensa de estos animales. Esto a nivel global. Se trata de una cifra no muy lejana a las mordeduras de defensa propia registradas en la Polinesia Francesa, con una prevalencia de alrededor del 5 %, lo que indica que las observaciones realizadas allí podrían ser transferibles al resto del mundo, según este grupo de científicos.
Los investigadores también fueron capaces de caracterizar estas mordeduras de autodefensa. Se produce una agresión inmediata y de forma desproporcionada, aunque a menudo superficial, con mínimo desgarro de carne. Y lo que acaba con ese imaginario: rara vez son mortales, salvo en circunstancias especiales. Además, se dan de forma repetida y con una menor pérdida de tejido, a diferencia de otros ataques.
Por último, los autores hacen un llamamiento a los medios de comunicación, que tienden a “sensacionalizar este tipo de mordeduras de autodefensa”: “Podrían ayudar a mejorar la actitud hacia los tiburones y su conservación al informar de forma más objetiva sobre la culpabilidad de los humanos en desencadenarlos”.
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