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Ambos elementos despiertan emociones, impulsan la creatividad, fortalecen lazos comunitarios y, como han demostrado artistas y terapeutas, también sanan.
La música suena, resuena, conmueve. El color brilla, abarca, transforma. Ambos elementos, aparentemente sencillos, se han convertido en potentes herramientas de cambio social y emocional en contextos donde la palabra a veces no basta.
Desde cualquier rincón de República Dominicana donde los jóvenes tocan tambores como expresión cultural, hasta un consultorio de terapia donde un pincel permite decir lo que no se puede con la voz: la música y el color son formas de energía creativa que movilizan emociones y construyen comunidad.
Aneudy Claudio, psicólogo clínico y musicoterapeuta, explica que la música y el color son herramientas poderosas que, cuando se integran en la educación, pueden transformar radicalmente la forma en que las personas aprenden, sienten y se relacionan con su entorno.
“Incluir música en los programas educativos no solo los vuelve más amenos y llevaderos, sino que también los hace más memorables y experienciales. Lo mismo ocurre con el uso del color: al incorporar tonalidades específicas a los contenidos, se pueden generar asociaciones emocionales positivas que favorecen el aprendizaje”.
Cita como ejemplo un programa educativo sobre la no violencia, “este puede enriquecerse con colores como el azul o el blanco, que evocan paz y bienestar, y acompañarse de una canción que refuerce el mensaje. Este tipo de experiencias multisensoriales hace que los contenidos se graben mejor en la memoria, ya que nuestro cerebro retiene más fácilmente aquello que le agrada o le divierte. Aprender a través del arte, la música, la danza, el drama o la pintura convierte la educación en una experiencia transformadora”.
Sin embargo, advierte que la música no es una solución mágica ante problemáticas sociales como la violencia, la pobreza o los traumas, sino un medio poderoso para acompañar procesos de cambio.
“En contextos de intervención en crisis, por ejemplo, puede actuar como catalizador emocional, ayudando a las personas a expresar, liberar y procesar sus emociones. En comunidades marcadas por la pobreza, la música puede ofrecer momentos de evasión, generar esperanza y brindar una percepción distinta de la realidad, siempre como complemento de otras intervenciones sociales o terapéuticas”.
La música tiene un profundo efecto en el cerebro humano, afirman los expertos en comportamiento humano. “Al escuchar o interpretar música, se activan áreas cerebrales relacionadas con las emociones, la memoria y el movimiento. Este proceso libera dopamina, el neurotransmisor del placer, y eso genera sensaciones de bienestar comparables a enamorarse o degustar una buena comida”.
Y no solo se trata de bienestar. La música, como lo han demostrado experiencias en contextos vulnerables, puede ser una herramienta terapéutica poderosa. En la República Democrática del Congo, niños desplazados por la guerra han encontrado consuelo y reconstrucción emocional a través de la música. Sesiones de terapia musical les han permitido procesar sus traumas, aliviar el estrés y aprender valores como el perdón y la paz.
Desde la neurociencia, la música también ha demostrado reforzar la memoria, activar la concentración y favorecer el desarrollo cognitivo, especialmente en niños. El doctor Daniel Levitin, autor del libro This Is Your Brain on Music, señala que este arte no solo organiza nuestras emociones, sino que también estimula la neuroplasticidad: “La música promueve la capacidad del cerebro de adaptarse y cambiar, convirtiéndose en una medicina real para la mente”.
En pacientes con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, se ha comprobado que ciertas melodías evocan recuerdos profundos, incluso cuando las palabras ya no fluyen. En estos casos, la música se convierte en una última forma de conexión humana.
Claudio explica que si la música toca lo invisible, el color da forma a lo intangible. Pintar, contemplar una obra, combinar tonos en una sala… todo eso genera respuestas emocionales inmediatas. ¿Quién no ha sentido calma en un espacio azul o energía frente a un rojo intenso?
“Colores como el verde evocan tranquilidad y plenitud, el blanco transmite paz y el azul, esperanza. En cambio, tonalidades como el gris suelen asociarse a estados de tristeza o melancolía, aunque su significado puede variar según las combinaciones y experiencias personales de cada individuo. El color, al igual que la música, tiene una carga simbólica que se construye a través del contexto cultural y la historia emocional de cada persona”.
La psicología del color estudia cómo las tonalidades influyen en nuestras emociones y decisiones diarias. Por ejemplo, el rojo se asocia con pasión, urgencia y energía, mientras que el azul transmite calma, serenidad y confianza. Esta influencia no es menor: diseñadores y educadores lo saben, y utilizan el color para crear experiencias significativas.
El especialista concluye que la música y el color no solo embellecen los espacios educativos y sociales, sino que son canales efectivos para conectar emocionalmente con las personas, fomentar el aprendizaje significativo y contribuir a la transformación positiva de comunidades enteras.
En un mundo donde las palabras a veces fallan, la música y el color siguen hablando. Al final, como bien dijo el artista Kandinsky, “el color es un poder que influye directamente en el alma”, y Magdalena Martínez afirmaba que “la música es el arte más directo, entra por el oído y va al corazón”.
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