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Donald Trump y el auge de los tecnócratas

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ATENAS, PROJECT SYNDICATE - El neoliberalismo ni era novedoso ni particularmente liberal cuando se impuso hace cincuenta años.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

ATENAS, PROJECT SYNDICATE – El neoliberalismo ni era novedoso ni particularmente liberal cuando se impuso hace cincuenta años. Su mayor ventaja radicaba en su marcada divergencia del liberalismo clásico: aunque rendía pleitesía a los pensadores liberales, no compartía ni su método ni su visión del mercado. Hoy, estamos al borde de otra innovación ideológica igualmente profunda.

A diferencia de Adam Smith o John Stuart Mill, los neoliberales no se sintieron obligados a demostrar (de manera teórica o empírica) bajo qué circunstancias se podía delegar al mercado, librado a su arbitrio, la transmutación de la búsqueda de ganancias privadas en prosperidad colectiva. Para ellos, la mano invisible era divina e infalible, e incluso cuando el mercado fallaba, cualquier intento de corregirlo mediante una acción colectiva estaba destinado a un fracaso aún peor. Era una postura que le venía de maravilla a Wall Street.

Los años setenta anhelaban una indiferencia doctrinaria como esta respecto de cualquier evidencia real sobre las consecuencias de una desregulación total de los mercados financieros. Cuando Estados Unidos se convirtió en un país deficitario y el presidente Richard Nixon causó una conmoción mundial al desvincular el dólar del oro en 1971, sucesivos gobiernos estadounidenses optaron por reforzar la hegemonía de Estados Unidos, incrementando (en lugar de reducirlos) los déficits fiscal y comercial del país.

Previsiblemente, a los bancos de Wall Street se les asignó la tarea crucial de reciclar (en forma de bonos del Tesoro, acciones e inmuebles) los dólares que los exportadores extranjeros acumulaban con la demanda estadounidense de sus productos, impulsada por el déficit. Pero para lograrlo (para convertirse en el eje de este audaz plan de reciclaje mundial de excedentes), los banqueros debían estar libres de restricciones regulatorias, lo que implicaba reeducar a los legisladores y a la opinión pública, habituados desde 1929 a temer un sistema financiero descontrolado. Este requisito lo cumplió a la perfección la ortodoxia fundamentalista del neoliberalismo, que exalta el carácter sagrado de los mercados desregulados (reflejada en la creciente influencia del movimiento “derecho y economía”).

Hoy, una nueva forma de capital en ascenso (el capital nube, es decir, máquinas algorítmicas conectadas en red que otorgan a sus dueños un poder extraordinario para modificar nuestra conducta) necesita su propia ideología para liberarse por completo. A este nuevo sistema, lo he denominado tecnofeudalismo, un modo de producción y distribución que, motorizado por el capital nube, reemplaza los mercados por feudos en la nube (por ejemplo, Amazon) y las ganancias capitalistas por rentas en la nube.

Para hacer realidad todo el poder del capital nube, sus propietarios (gente como Jeff Bezos, Peter Thiel, Mark Zuckerberg y Elon Musk) requieren una nueva ideología. De la misma manera que los financistas de Wall Street necesitaron el neoliberalismo tras el shock de Nixon, esta nueva ideología debe sostener el creciente dominio del capital nube, de tres maneras.

En primer lugar, debe legitimar la colonización de la actividad humana. Comenzando por la flexibilización de normas en áreas como, por ejemplo, los vehículos sin conductor y los servicios médicos y jurídicos basados en inteligencia artificial, la nueva ideología debe justificar la sustitución ilimitada de seres humanos, falibles y recalcitrantes, por máquinas impulsadas por el capital nube, en todos los ámbitos, incluido el trabajo que nos da placer (como traducir poesía) o que deberíamos querer realizar (como la crianza de los hijos). Cuanto más pueda penetrar el capital nube en tareas hasta ahora realizadas por los humanos, más rentas de la nube fluirán hacia la clase tecnofeudal.

En segundo lugar, la nueva ideología debe legitimar la colonización de las instituciones estatales, sobre todo la privatización de datos públicos mediante su transferencia al capital nube de las megatecnológicas. Por ejemplo, debe justificar el uso que hace Musk de su Departamento de Eficiencia Gubernamental para conectar sus sistemas de capital nube a varios organismos federales (incluido el Servicio de Impuestos Internos), o la vinculación permanente de las interfaces de Palantir (la empresa de defensa de Thiel) y Google con el Pentágono, de modo tal que su capital nube sea indispensable para el complejo militar‑industrial.

En tercer lugar, debe legitimar la colonización de Wall Street. Zuckerberg fue el primer tecnofeudalista que intentó crear una moneda digital propia (Libra), y Wall Street se lo impidió. Pero luego la compra de Twitter (ahora X) por Musk desembocó en un intento más audaz de crear una “aplicación universal” capaz de desafiar el monopolio de Wall Street sobre los pagos. Alentada por la orden ejecutiva del presidente Donald Trump que ordena a la Reserva Federal crear una reserva estratégica de criptomonedas, las megatecnológicas (que buscan proveer financiación sin restricciones en la nube fuera de los mercados financieros tradicionales) necesitan más que nunca justificar la fusión de su capital nube con los servicios financieros.

La nueva ideología ya está aquí. Yo la llamo tecnolordismo, y es una mutación del transhumanismo (un credo que promueve difuminar las líneas entre lo orgánico y lo sintético, hasta que los humanos aumentados alcancen la libertad genuina, o incluso la inmortalidad). Así como el neoliberalismo tomó prestado del liberalismo clásico, pero lo usurpó con la adición de una divinidad (el mercado infalible), el tecnolordismo se vuelve funcional a la triple colonización que pretende llevar adelante el capital nube, mediante la sustitución del homo economicus neoliberal por un ser amorfo, el “humIAno”: un continuo entre lo humano y la IA.

El tecnolordismo también reemplaza la entidad divina del neoliberalismo. La nueva divinidad es el algoritmo, que vuelve obsoletas las funciones de señalización del mecanismo de mercado descentralizado y da lugar a un mecanismo totalmente centralizado para emparejar compradores con vendedores (a imagen de amazon.com).

Las repercusiones de la transformación social acelerada por el tecnolordismo son impresionantes. Incluyen una inestabilidad macroeconómica sin precedentes (a medida que las rentas de la nube diezman la demanda agregada), el abandono de la democracia, incluso como ideal (posición defendida por Thiel, uno de los primeros profetas del tecnolordismo) y el fin de las universidades (reemplazadas por dispositivos de aumento personalizados basados en IA).

En este contexto, Trump es un regalo del cielo para los tecnofeudalistas. Su agenda (desregulación total de servicios impulsados por IA, fortalecimiento de las criptomonedas y desgravación de rentas en la nube) multiplica el poder rentista del capital nube. Para la nueva clase dominante, cualquier pérdida que puedan sufrir en lo inmediato con los delirios arancelarios de Trump debe parecer una inversión magnífica a largo plazo.

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