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Patrimonio de la Iglesia Católica: finanzas, posesiones y influencia

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Hay una máxima que dice que el valor del patrimonio de la Iglesia católica es uno de los misterios de la fe, un secreto que la institución ha resguardado durante siglos.

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Hay una máxima que dice que el valor del patrimonio de la Iglesia católica es uno de los misterios de la fe, un secreto que la institución ha resguardado durante siglos. Y debido a ese secretismo, las especulaciones sobre el tamaño de la fortuna de la Santa Sede han ido creciendo año tras año, creándose una mística en torno al tema que roza la ingenuidad y comentarios como “¿por qué el Papa no vende el Vaticano para acabar con el hambre en el mundo?”. Lo cierto es que, desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco, fallecido el 21 de abril, se esforzó por hacer más transparentes las cuentas del Vaticano con medidas que han cambiado y agilizado la maquinaria vaticana y han tenido repercusiones en la Iglesia en general. Una de ellas fue publicar, en 2021, el balance financiero público de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (Apsa) del año anterior, práctica que se ha seguido desde entonces. Fue la primera vez, desde la creación en 1967 de Apsa, encargada de gestionar propiedades e inversiones, que esas cifras salieron a la luz. Según el último informe de 2023 -divulgado el año pasado-, la Iglesia tuvo un beneficio total de más de US$52 millones y un aumento de activos de casi US$8 millones. El patrimonio neto no ha sido revelado, pero la última cifra conocida es de casi US$1.000 millones. Este valor se refiere a todos los activos gestionados por el Banco del Vaticano, excluidos inmuebles, terrenos y otros activos. La Iglesia también obtiene ingresos con la gestión de más de 5.000 inmuebles, de los cuales el 20% están alquilados, lo que genera unos ingresos operativos de US$84 millones y un beneficio neto de casi US$40 millones al año. Pie de foto, El Instituto para las Obras de Religión (IOR) realiza funciones similares a las de un banco, por lo que comúnmente se le conoce como el “Banco del Vaticano”. Es importante hacer una observación: todos estos valores son relativos sólo a la economía que mueve el Vaticano. Porque las finanzas de la Iglesia están descentralizadas y cada diócesis del mundo gestiona su propio presupuesto, lo que significa que en la práctica el total es aún mayor y quizás incalculable. “Es prácticamente imposible evaluar el patrimonio de toda la Iglesia Católica”, afirma Fernando Altemeyer Junior, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP). En cualquier caso, los expertos estiman su riqueza en miles de millones de dólares. La Iglesia, por ejemplo, está considerada como uno de los mayores terratenientes del mundo. El Instituto de Estudios de las Religiones y la Laicidad (IREL), con sede en París, estima que posee entre 71 y 81 millones de hectáreas. Esto incluye propiedades como iglesias, escuelas, hospitales, monasterios y propiedades rurales y urbanas. Pero ¿de dónde sale ese dinero, si la Iglesia católica es una institución religiosa que en teoría no tiene como objetivo acumular patrimonio ni obtener beneficios, según el Código de Derecho Canónico? La Iglesia comenzó a acumular bienes y riquezas a partir del siglo IV, con el emperador Constantino (272-337 d.C.), que convirtió el catolicismo en la religión oficial del Imperio romano. Hasta ese momento, como señalan los historiadores, los cristianos vivían humildemente y celebraban sus servicios en sus propias casas, que en su mayoría eran humildes, o en catacumbas. Esto se consideraba natural para los seguidores de una religión basada en las enseñanzas de un judío perteneciente a las castas sociales inferiores, que predicaba la moderación, la sobriedad y acciones dirigidas a los menos afortunados. “Estos acontecimientos cambiaron radicalmente la historia del cristianismo y del Imperio romano”, escribe Ney de Souza, profesor de historia eclesiástica y especialista en religión y política, en su libro “Historia de la Iglesia” (Ed. Vozes). “A partir de ese momento, los destinos temporales y espirituales se entrelazaron. Los siglos siguientes demostraron si esta alianza y las sucesivas fueron la mejor estrategia de la institución religiosa o si trasladar el martirio [sufrido por los cristianos] y las catacumbas [donde profesaban su fe] a los palacios en detrimento de la experiencia de la fe cristiana condujo a la Reforma Protestante”. De perseguida, la Iglesia pasó a ser privilegiada y dueña de muchos bienes. La sencillez de sus seguidores, diferencial en un principio, da paso a un estatus y a unos símbolos de riqueza comparables a los dignatarios del imperio. Entre los católicos, nombres como San Francisco de Asís o el propio Papa Francisco serían representantes de esta defensa de la sencillez. Mientras que figuras como el Papa Benedicto IX (102-1055), que vendió el trono papal, y el cardenal Giovanni Angelo Becciu, jefe de la Secretaría de Estado durante el último pontificado, que fue destituido tras desviar cerca de US$200 millones destinados a la caridad para comprar un apartamento en Londres, serían ejemplos de lo contrario. Constantino y muchos otros dirigentes del Imperio Romano donaron a la Iglesia palacios, propiedades, tierras hasta donde alcanzaba la vista e incluso baños termales, además de cantidades inimaginables de oro y plata. A partir de entonces se estableció el mecanismo de donación a cambio de algo, incluso para que la Iglesia se estableciera en un determinado territorio. Hasta que, en el siglo XVIII, surgieron los Estados Pontificios, territorios de la península itálica que funcionaban como entidades político-religiosas bajo el mando de un Papa, y la jerarquía católica surgió como autoridad civil, convirtiéndose en un aliado declarado de las familias más ricas de Europa. Aunque no siempre ha gozado de prosperidad (la Edad Media, por ejemplo, fue un período de vacas flacas, ya que los católicos no gozaban de la simpatía de los que entonces tenían el poder), se puede decir con seguridad que la Iglesia católica construyó su patrimonio gracias a donaciones de los fieles y de personas interesadas en su influencia política y social. Hoy, en pleno siglo XXI, se le suma su patrimonio cultural, que incluye obras de valor incalculable, museos que reciben millones de visitantes (de pago) al año e inversiones en el mercado financiero, un ámbito que ha sido epicentro de numerosos escándalos de envergadura. En el centro del poder católico, está la Ciudad del Vaticano. El régimen de gobierno es una monarquía absoluta ejercida por el Papa, nombre que recibe el obispo de Roma, que lleva otros títulos como Vicario de Jesucristo, sucesor del príncipe de los apóstoles y Sumo Pontífice de la Iglesia Universal. El Estado Vaticano fue establecido alrededor del año 752 durante el pontificado de Esteban II (715-757). Los primeros museos se remontan a la época del Papa Julio II (1443-1513). El Vaticano se sostiene gracias a la colaboración financiera de todas las diócesis del mundo, especialmente de las americanas y alemanas, dos de las más ricas. Otra fuente de ingresos es el turismo. Dentro de la ciudad se encuentran los órganos de la Ciudad-Estado, los dicasterios y servicios de la Santa Sede, entre los que se encuentran: el Palacio Apostólico, 15 museos, pinacotecas (Capilla Sixtina, Capillas de Rafael, Pinacoteca Vaticana, Museo Etnológico Misionero, Museo Histórico), la Biblioteca Apostólica Vaticana, Radio Vaticano, el banco, el Observatorio Astronómico, la Domus Vaticanae (antiguamente Casa Santa Marta), la Basílica de San Pedro, los edificios adyacentes a la Basílica, el periódico Osservatore Romano, Vatican Media – Centro Televisivo Vaticano, la Libreria Editrice y el archivo apostólico. Son 12 edificios o espacios extraterritoriales que pertenecen al Vaticano, entre ellos las Basílicas Mayores de San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y la parroquia de Santa Ana, además de las oficinas de los dicasterios y la Villa de Castel Gandolfo, conocida como la residencia de verano de los papas. También existe el Óbolo de San Pedro, que consiste en donaciones voluntarias realizadas por creyentes de todo el mundo. Estas donaciones se destinan a obras sociales y al mantenimiento de las actividades del Vaticano, del turismo y de los museos, que atraen cada año a millones de personas a algunas atracciones. Entre ellas se encuentran el Museo Vaticano y la Capilla Sixtina, la venta de sellos y monedas conmemorativas y, lo más controvertido, las actividades de sus instituciones financieras, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como Banco del Vaticano, que gestiona importantes activos financieros, y Apsa. El Vaticano también posee una de las mayores colecciones artísticas y culturales del mundo. Sin embargo, estos activos se consideran intangibles y no están disponibles para la venta o uso comercial. Gran parte de esta herencia proviene del dictador italiano Benito Mussolini. En 1929, depositó 1.750 millones de liras italianas en las arcas de la Santa Sede a través de la Conciliación, un reembolso por los bienes de la Iglesia Católica que fueron tomados durante la Unificación Italiana. El movimiento político y militar consolidó varios reinos, ducados y estados independientes, incluidos los Estados Pontificios, en el reino de Italia. En ese período, especialmente entre 1860 y 1870, muchos bienes y territorios fueron arrebatados a los católicos, lo que representó uno de los momentos más delicados de la historia en la relación entre la Iglesia y la Italia unificada. Aproximadamente una cuarta parte de esta cantidad fue utilizada por el Papa Pío II para estructurar el nuevo Estado Vaticano, erigir los edificios de la Santa Sede (como el monumental palacio de San Calixto, en Trastevere/Roma) y construir viviendas para empleados cerca del Vaticano. El resto del diner

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