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Jóvenes con problemas mentales sufren abusos en la escuela, la comunidad y el hogar

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Sí, pero las autoridades, el equipo de orientación o psicología están obligados a mantener esa información confidencial".

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

El sistema educativo, la sociedad y el propio hogar perjudican la integración de los niños y adolescentes con afecciones mentales, quienes no necesitan aulas “especiales” y, de manera paradójica, suelen convertirse en entornos inseguros de vejaciones y relaciones dolorosas que promueven el desequilibrio.

La depresión, la bipolaridad, la ansiedad y el Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) son las patologías más frecuentes entre estudiantes que asisten a aulas “tradicionales” y aunque el último se diagnostica a partir de los 18 años, desde edades tempranas pueden presentarse síntomas que llevan a sospechar y a la exclusión.

La neuropsicóloga Sulamita Portalatín advierte que en ocasiones el desequilibrio es causado por el trato recibido en los centros educativos, el hogar y el vecindario.

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“Hay males congénitos y predisposición, es cierto, pero también factores externos desencadenan, como las correcciones humillantes, el acoso escolar, el rechazo de los vecinos. Familias que envían a la calle y a los centros educativos seres inseguros”, expone.

Para mayor claridad: si un niño no tiene apoyo en el núcleo familiar, si las burlas comienzan desde casa, ¿qué defensa adquiere para contrarrestar lo que proviene del exterior? Explica que estas agresiones pueden derivar en depresión, TLP y esquizofrenia.

En la escuela, la manifiesta exasperación de docentes y compañeros, acarrea comentarios despectivos contra ese “loco”, que molesta mucho, que habla demasiado y que no se “queda quieto” en su asiento.

En casos como el de Milton, sus propios educadores irritados han revelado a gritos en el aula detalles de su depresión y han dado pie a que sus compañeros lo ridiculicen, utilizando esta tragedia en su contra. También desde otras áreas del colegio la información ha corrido rápidamente, de forma lacerante.

“Ha sido muy difícil, cosas que no le he contado a nadie en el curso, me las han echado en cara profesores y alumnos, en tono molesto o burlesco. ¿Cómo lo saben?”, expresa.

La patología lo lleva del abatimiento a la euforia, lo que hace que lo definan como el raro y, por supuesto, lo excluyan de las actividades dentro y fuera del centro, en lugar de apoyarlo.

“A mí no me gusta maltratarlo, pero si estoy tranquilo, no tiene que venir a desconcentrarme”. Este rechazo justificado de un compañero es un reflejo de las deficiencias de un sistema que, ni en la educación pública ni en la privada, posee o aplica las herramientas adecuadas.

La discrecionalidad termina en evidencia, con la difusión de asuntos como la inestabilidad que el trastorno provoca en el hogar y así se revela que está medicado, que ha sido ingresado en unidades de salud mental, que la relación familiar está dañada por su condición e incluso que disminuye el presupuesto familiar.

“Hay que ser extremadamente cauteloso. La escuela está obligada a saberlo. Sí, pero las autoridades, el equipo de orientación o psicología están obligados a mantener esa información confidencial”. El consejo de la psicóloga Luz Elena Rijo es un llamado a frenar una conducta que perjudica.

En la comunidad tampoco les va bien a estos chicos. Los coetáneos evitan su compañía, a veces influenciados por sus padres, que temen que les haga daño, sin darse cuenta de que funciona al revés y el distanciamiento empeora la situación de una persona que se convierte en víctima de la enfermedad y del rechazo.

La afectación en la socialización tiene efectos muy evidentes y el sociólogo Abimael Quevedo los conoce bien. Habla de lo arisco que puede volverse el niño o adolescente, de su dificultad incluso en la vida adulta para entablar relaciones, para mantener el equilibrio en una sociedad incomprensiva, que juzga sin piedad.

Por eso, recomienda acompañar para evitar seres antisociales, creados no por una patología, sino por el trato recibido a causa de ella, que enfatiza, son cosas muy diferentes.

Si en la escuela y el vecindario hay una barrera, el hogar, ese lugar de protección, no siempre es dulce. Padres y madres sin mecanismos y sin recursos económicos para afrontar esta realidad, reaccionan avergonzados y molestos.

Otros familiares contribuyen a ese panorama, con sus opiniones punzantes y con el distanciamiento. Entonces llega la ruptura.

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