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El tema de la disciplina sigue siendo relevante, sobre todo en una sociedad donde la crianza de los niños presenta cada vez más desafíos. Los cambios tecnológicos, los avances en la telefonía móvil, Internet, etc., se manifiestan de manera cada vez más rápida, frecuente e intensa, influenciados también por los cambios en la estructura familiar, como la ausencia del hombre en el hogar, lo que lleva a que la mujer se incorpore cada vez más al mercado laboral, o, incluso estando juntos, los padres se centran en sus dificultades económicas, emocionales, personales y/o conyugales; esto se da en un entorno cada vez más inseguro, exigente y estresante. Además, la inflación ejerce presión en la economía familiar y reduce el poder adquisitivo, entre otros problemas.
En esta situación, la disciplina en el hogar es una tarea constante que los padres deben atender sin excepción. La educación de los hijos nunca debe dejarse al azar, al tiempo o a las circunstancias. El buen juicio, el sentido común y la buena voluntad no son suficientes para asegurar un buen comportamiento en los hijos. Es importante saber que muchos padres fracasan porque simplemente toleran, sin actuar, los actos de rebeldía y negativismo de sus hijos, esperando pasivamente a que maduren y cambien.
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Disciplinar no es hacer lo que se quiere, sino lo que es correcto. La disciplina adecuada: no lastima, no humilla, no avergüenza, no causa sufrimiento, no es vengativa, apoya la voluntad, protege del peligro, educa en la responsabilidad, enseña a pensar y reflexionar, a comprender los errores, busca corregirlos, estimula el cambio y enseña a desarrollar la capacidad de autocontrol y la satisfacción de necesidades.
Aunque la tecnología (celulares, tablets, televisión, internet, inteligencia artificial) puede generar adicciones y fomentar el consumismo, afectando el sistema psiconeurológico de los hijos, esto puede aumentar la probabilidad de que se vuelvan agresivos y se comporten de manera indeseable; se aburren y se irritan.
En un modelo disciplinario donde los padres son temerosos, autoritarios, extremadamente rígidos y/o sobreprotectores, con normas débiles e indiferentes, es probable que los hijos adopten una postura retraída, tímida y temerosa, se mostrarán apagados e irritables. Cuando llegan a la adolescencia, pueden ser excesivamente rebeldes e incluso desafiantes. Pueden tener dificultades para controlar sus impulsos, no poder esperar para obtener lo que desean, tienen menos confianza en sí mismos, menos eficiencia y muestran más trastornos del comportamiento; como adultos, podrían ser rebeldes, indulgentes, impulsivos e incapaces de relacionarse socialmente.
En una disciplina efectiva es mejor enfatizar el control interno sobre el externo, evitando los castigos físicos, las amenazas y otras medidas severas, ya que esto enseña al niño que el control está fuera de sí mismo. El control externo (golpes, etc.) hace que los niños lloren más, aprendan a agredir a los más débiles, a ser abusadores. Aunque interrumpe temporalmente la conducta negativa, no ofrece alternativas positivas. Confunde a los niños, que no entienden por qué las mismas personas que les dan de comer, los cuidan y los llevan al médico, también les hacen daño. Como adultos, no respetarán las señales de tránsito cuando vean a la policía.
Las alteraciones en el comportamiento de los hijos se deben al desconocimiento de las reglas.
¿Qué podemos hacer como padres?
Mantener una postura unificada en cuanto a reglas y normas y no socavar la autoridad del otro padre.
Evitar los gritos. Mejorar la comunicación con los hijos adolescentes: evitar comparaciones, juicios y críticas prematuras; la burla, los insultos, los sermones y las indirectas. Evitar etiquetar, juzgar o amonestar, mucho menos en público, o imponer ideas (interrupciones); Evite sermonear o regañar, esto demuestra frustración y falta de autoridad. Usar el tacto y la prudencia, y si se necesita amonestar a alguien, hacerlo siempre en privado.
¿Qué evitar en la crianza?
Igualmente, evitar la lucha de poder, estableciendo claramente la posición de los hijos en la jerarquía familiar. Establecer un calendario diario de actividades. Involucrar a los hijos en las decisiones familiares y fomentar su participación en las tareas, integrándolos en las discusiones.
Asimismo, involucrarlos en la elaboración del presupuesto familiar, dejando claro que su principal prioridad es estudiar y prepararse para el futuro.
Mantener los límites
Evitar las quejas y lamentos constantes sobre los problemas personales, conyugales o las adversidades de la vida, o decir que “la cosa está mal”, o que “la vida es dura”, etc.
Corrección de los errores
Permitir que los hijos corrijan sus errores de forma libre y voluntaria y que desarrollen su autocontrol. Valorarlos (Reconocer sus cualidades positivas, logros y méritos).