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Una celebración religiosa de gran importancia

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Hoy, el catolicismo global celebra su festividad religiosa más importante del calendario litúrgico, lleno de diversos acontecimientos y figuras que han dado brillo a la fe cristiana.

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Hoy, el catolicismo global celebra su festividad religiosa más importante del calendario litúrgico, lleno de diversos acontecimientos y figuras que han dado brillo a la fe cristiana. Era una religión fuerte desde el siglo XIII con los sucesos del Corpus Christi de aquel entonces.

La fe cristiana se afianzaba en Europa y la notable cantidad de personas inspiradas que enriquecían el continente, cimentaban una fe de gran solidez, lo que permitía la proliferación de creyentes con experiencias asombrosas, donde Juana de Arco marcaba la diferencia, atrayendo a la fe a centenares de paganos sin creencias.

En 1209, en Lieja, Bélgica, ocurrió el milagroso evento donde, en el momento de la consagración, la hostia emanó sangre, conmocionando a los fieles, quienes vieron la mano milagrosa de un ser superior confirmando su apoyo a quienes creían en Él. En poco tiempo, los dignatarios de la Iglesia se hicieron eco de este milagro y la fecha se consagró como esencial para la expansión de la fe, a pesar de faltar aún tres siglos para la reforma de Martín Lutero.

La festividad de Corpus Christi se estableció en el mundo de aquel entonces a lo largo de la zona de influencia del mar Mediterráneo, siendo motivo de las fiestas más llamativas de los creyentes, quienes abanderaban esa fecha para celebrarla con grandes muestras de fe y devoción.

La fiesta de Corpus Christi se extendió por el mundo conocido hasta el descubrimiento de América, donde la festividad se consolidó ampliamente. La iglesia del Nuevo Mundo adoptó la fiesta del cuerpo de Cristo como propia, celebrándola con manifestaciones visibles de su amor al Hijo de Dios, rindiéndole los homenajes más variados.

Esos homenajes se manifestaban en la decoración de calles, palacios, iglesias y residencias para reconocer la divinidad del salvador del mundo, en momentos en que la Reforma Protestante estaba a tres siglos de distancia.

Las calles de las poblaciones europeas y luego las indianas de América se adornaban profusamente para honrar al Salvador. Se adornaban con arcos de ramas, palmas y flores, y las fachadas de casas, iglesias y palacios se engalanaban según las posibilidades de las comunidades, empeñadas en honrar al salvador del mundo.

Los dominicanos no podíamos quedar ajenos a esa alegría por la festividad del cuerpo de Cristo. Hubo una época en la década de los 50 del siglo pasado cuando las misiones estaban de moda, con predicadores, en especial jesuitas, que visitaban los pueblos ofreciendo la palabra del evangelio, atrayendo a cientos de creyentes que, con una fe apagada y apegada a las tradiciones, se consideraban católicos de buena fe.

La festividad del Corpus Christi adquiría un mayor nivel de júbilo y los pueblos se animaban para la celebración. El verano hacía sentir sus efectos cálidos con el paso de las procesiones donde el sacerdote ungido portaba el cáliz con la hostia que representaba el cuerpo del Señor. La juventud ungida por la fe daba prueba de su creencia, contribuyendo al esplendor de una fiesta que durante muchos años deslumbró las calles de los pueblos, impulsada por el fervor de los sacerdotes, especialmente españoles, estadounidenses y canadienses.

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