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Turismo sostenible en Los Cacaos: el tesoro más resguardado de San Cristóbal

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Más del 90 % del personal empleado por Lechuza River Camp proviene de la comunidad, y el 95 % de los productos agrícolas y alimentos que se sirven son adquiridos a productores locales.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

San Cristóbal.- En el corazón de la provincia de San Cristóbal, el municipio de Los Cacaos es un lugar aún por explorar en República Dominicana, esperando el apoyo de las autoridades para establecerse como destino turístico.

A solo 25 minutos del pueblo de Los Cacaos, en plena Cordillera Central, el sonido del río reemplaza al de los motores, y el canto de los pájaros desplaza el bullicio de la ciudad.

Es en la pequeña comunidad de Calderón donde el arquitecto y emprendedor Ariel Cabrera se estableció para crear Lechuza River Camp, un proyecto turístico con impacto económico y social en una de las zonas más rurales y hermosas de la provincia de San Cristóbal.

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Lejos de Jarabacoa o Constanza, destinos turísticos ya consolidados, Los Cacaos ha sido históricamente un municipio agrícola, con cultivos de café como principal sustento.

Aislado por carreteras montañosas y con baja conectividad digital, la palabra “turismo” era, hasta hace poco, desconocida para muchos de sus habitantes.

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“Cuando empezamos a hablar de ecoturismo, la comunidad tuvo que buscar esa palabra en el diccionario”, recuerda Cabrera entre risas, durante una conversación con el periódico El Día.

“Aquí siempre se ha vivido de la tierra. Pero vimos potencial, clima fresco, ríos cristalinos, una vegetación virgen y gente dispuesta a trabajar”.

Aunque el proyecto comenzó con una planificación arquitectónica modesta y sostenible, utilizando madera reciclada y materiales locales, Lechuza River Camp terminó requiriendo una inversión superior a los 15 millones de pesos.

La idea surgió cuando Cabrera, originario del centro de San Cristóbal, visitó la zona en Semana Santa con familiares y amigos, y notó que muchos visitantes dormían en sus vehículos por falta de opciones de alojamiento.

“Ahí nació la necesidad de que la gente pudiera quedarse a pernoctar y disfrutar realmente de la zona, no solo venir de pasada”, comenta.

Hoy, el campamento tiene capacidad para alojar hasta 100 personas, con espacios que van desde tiendas de campaña (20 unidades), glampings para parejas (5 cabañas) y bungalows familiares (9 unidades). El complejo opera los 365 días del año, aunque su mayor afluencia se concentra durante los fines de semana.

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Las noches en Lechuza, dice Cabrera, son su tesoro más preciado: un cielo estrellado, temperaturas que en verano bajan de los 16 °C, fogatas encendidas y un sistema de iluminación diseñado para resaltar la belleza del bosque sin alterar su esencia.

El impacto del ecoturismo en Calderón ha sido profundo. Más del 90 % del personal empleado por Lechuza River Camp proviene de la comunidad, y el 95 % de los productos agrícolas y alimentos que se sirven son adquiridos a productores locales. Además, más de 30 personas se benefician de forma indirecta, en labores de transporte, suplidores, agricultura y mantenimiento.

La iniciativa también ha traído talleres de capacitación en turismo sostenible y hospitalidad, motivando a muchos jóvenes a visualizar una alternativa económica dentro de su propia comunidad, sin necesidad de migrar a la ciudad.

“Esto ha cambiado la visión del campo”, afirma Cabrera. “Ahora los comunitarios saben que pueden vivir del turismo, que su entorno es valioso y que pueden conservarlo mientras lo comparten con el mundo”.

La belleza natural del lugar es innegable: cascadas, bosques y senderos serpentean entre las montañas. “Aquí hay un espacio que le llaman el ‘Valle de Dios’. Eso está virgen”, dice Cabrera, con una mezcla de respeto y visión.

El ecoturismo, aunque aún en etapa inicial, ya comienza a generar movimiento. “Hay avances en proyectos turísticos. No todo lo solicitado se ha ejecutado, pero hay inversiones, y eso genera empleos”, explica.

Los residentes reconocen el potencial, pero también los desafíos: mejorar las vías de acceso, formar guías locales, garantizar servicios básicos y fomentar una cultura de preservación ambiental.

El nombre Lechuza surgió casi como una broma local. “Una vez alguien dijo ‘esto está tan lejos como las lechuzas’, y me hizo clic”, recuerda Cabrera.

“Las lechuzas se alejan del ruido. Y ese es el concepto: un retiro, un refugio para el alma, un lugar donde la naturaleza es la protagonista”.

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