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El presidente de la Confederación Nacional de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa de la Construcción (Copymecom), Eliseo Cristopher, ha expresado una verdad que resuena fuerte, al afirmar que, “por más que se intente evadir, al final el Gobierno tendrá que adoptar una postura pragmática y autorizar de forma regulada el ingreso temporal de trabajadores haitianos”.
“No hay otra salida. El sector se está paralizando por falta de mano de obra, es inevitable”, añadió. Y lo dicho, no solo aplica al sector construcción, sino también al agropecuario.
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Durante décadas, sectores estratégicos de la economía — agricultura y la construcción — han dependido de forma significativa de la mano de obra haitiana, en gran medida indocumentada, mientras los trabajadores dominicanos han ido perdiendo interés en esas actividades que suelen ser mal remuneradas y físicamente exigentes.
Frente al propósito del Gobierno de intensificar las deportaciones de inmigrantes indocumentados, se han planteado como soluciones la mecanización de las labores agrícolas y la “dominicanización” del empleo en la construcción. Sin embargo, ambas estrategias, aunque deseables, no son de aplicación inmediata ni están exentas de desafíos complejos. Se requiere, por tanto, actuar con sensatez y calma, evitando medidas que puedan causar daños económicos innecesarios.
En el caso de la mecanización agrícola, el primer obstáculo es el alto costo de la maquinaria, inaccesible para muchos pequeños y medianos productores que carecen de financiamiento. A eso se suman los gastos de mantenimiento, combustible y repuestos, que agravan la carga financiera en su perjuicio.
Además, no todos los cultivos ni terrenos se prestan a la mecanización. Rubros como el café o el plátano, que se siembran en zonas montañosas e irregulares, siguen requiriendo intensiva mano de obra manual. A esto se añade la necesidad de personal técnico calificado para operar y mantener la maquinaria, una formación que no está disponible de forma masiva ni a corto plazo.
Por otro lado, la “dominicanización” del trabajo en la construcción enfrenta un obstáculo cultural y social: el visible desinterés de la mayoría de los dominicanos por desempeñarse en ese sector, donde las condiciones son duras y los salarios poco atractivos. En cambio, los trabajadores haitianos han encontrado allí una fuente vital de sustento.
No es realista pensar en sustituir esa mano de obra sin acompañar el proceso con incentivos, formación técnica y mejoras salariales que hagan esos empleos más atractivos para los trabajadores locales. Todo esto implica esfuerzo, inversiones y, sobre todo, tiempo.
Y mientras tanto, ¿qué será del sector construcción si no asegura la disponibilidad de mano de obra, aunque sea mediante permisos temporales y regulados para trabajadores haitianos? Es una pregunta crucial que no se puede pasar por alto.
El cumplimiento de la ley de inmigración debe seguir siendo un objetivo irrenunciable, pero, también debe reconocerse que sectores económicos fundamentales dependen estructuralmente de la mano de obra haitiana. Transformar esa realidad no es imposible, pero requiere prudencia, planificación y un esfuerzo sostenido que cree las condiciones necesarias para el cambio, sin improvisaciones ni traumas.
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