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La inagotable ambición de poder de los presidentes de turno en nuestra historia, ha engendrado en el imaginario colectivo la idea de que gobernar no es un instrumento para servir, sino una meta en sí misma. Parece ser una obsesión de gobernantes que se nutre con el simple ejercicio del poder.
El pasado 15 de junio se conmemoraron 98 años del funesto veredicto del Congreso Nacional, que extendió de cuatro a seis años el periodo constitucional presidencial, una decisión que favoreció las desmesuradas ambiciones supremacistas del presidente Horacio Vásquez.
Vásquez se esforzó por obtener el respaldo de la oposición de entonces y sacar de escena al vicepresidente Federico Velásquez, quien demandaba una parte del “botín de guerra” de los empleos gubernamentales.
El 15 de junio de 1927, el congreso modificó la Constitución, otorgándole los seis años a Vásquez y destituyendo a Velásquez, nombrando en su lugar a José Dolores Alfonseca.
Aún insatisfecho con los seis años, Horacio Vásquez siguió maniobrando para lograr su reelección presidencial.
Pero como reza un conocido aforismo, “El afán de poder convierte al hombre en esclavo de su propia ambición”: el 23 de febrero de 1930, una insurrección desde Santiago, auspiciada por el jefe de la Guardia Nacional, el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo Molina, sacó a Vásquez del Palacio Nacional.
Trina de Moya, su esposa, afirmó que el gobierno del dictador aceleró la muerte de su esposo.
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