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LOS ÁNGELES — La vendedora toma un mango, un pedazo de sandía y otro de melón que corta rápidamente en pedazos. Luego toma un envase plástico donde pone toda la fruta junto con los aderezos que piden los clientes.
— ¿Qué le pongo? — pregunta la vendedora.
— De todo — contesta una joven, refiriéndose a chile, chamoy, tajín y limón.
Marta, como pidió que se le identificara, antes limpiaba casas, también ha sido vendedora de diversos productos. Desde hace 7 años sale a vender fruta por las calles de Los Ángeles. Siempre ha buscado la forma de ganarse la vida honradamente.
Cuando llegó en 2001, desde la Ciudad de México, el trato hacia los migrantes era diferente. Ella pensaba que California era un estado santuario, porque supuestamente la policía y las autoridades no colaboraban con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE). Ahora piensa que todos los migrantes deben estar preparados.
— Desde que empezó todo esto, dejé de trabajar.
La ola de redadas masivas que iniciaron el 6 de junio en Los Ángeles alejó de las calles a Marta. En apoyo, su hija mayor, de 23 años, y su hijo, de 15, comenzaron a aportar a la casa mientras regresan a clases. En su hogar hay 2 hijos menores más.
Apenas volvió al trabajo el sábado, 12 de julio. Cuando llevaba su cuarto día de haber regresado, la encontramos al mediodía quitando la cáscara a los mangos y volteando la mirada hacia todos lados. La mujer, de aproximadamente 1.50 metros de estatura, vestía una camisa de manga larga a cuadros, un pantalón vaquero y unos zapatos tenis. En su rostro solo se le alcanzaba a ver sus ojos. Su boca estaba cubierta con una mascarilla, en su cabeza tenía un gorro y llevaba un delantal.
— Todo esto te hace salir con miedo, miras a la gente con temor, todo esto nos ha afectado a todos — confiesa.
En medio de la entrevista, llega Oswaldo a comprar mango, pepino, sandía y jícama. Pide que le pongan tajín y mucho chile.
El joven, hijo de migrantes de Chihuahua, México, opina que las redadas y las deportaciones son una especie de limpieza que está haciendo el gobierno federal. Sin embargo, cuestiona que no se está llevando a los criminales, sino que está arrasando con la gente trabajadora.
— Estados Unidos se ha fundado gracias a los migrantes — valora Oswaldo, quien usaba un sombrero y lentes oscuros.
Desde antes de ganar las elecciones en noviembre de 2024, el presidente Trump prometió expulsar a los criminales extranjeros; sin embargo, los arrestos cometidos en el sur de California dicen lo contrario.
De acuerdo con ICE, entre el 1 y el 26 de junio fueron arrestadas 2,031 personas en 7 condados diferentes. Alrededor del 68% no tenían antecedentes penales y un 57% adicional nunca había sido acusada de ningún delito.
Ese día que los agentes de la “Migra” llegaron — el 6 de junio — con operativos simultáneos al centro de Los Ángeles, a Marta la consumió el miedo. Lo primero que hizo fue hablar con su familia, definir un plan en caso de que ella o su esposo fueran arrestados. Por consiguiente, sus hijos salieron a trabajar.
— No es lo mismo que trabajen 3 o 4 personas, a que nada más lo hagan 2 — explica.
Antes de todo esto, su hijo, el estudiante de secundaria, solo ayudaba los fines de semana. En cambio, su hija mayor tuvo que agregar más días de trabajo. Ella no especificó en qué laboran; todos sus hijos nacieron en Estados Unidos.
En una jornada normal, Marta comienza sus labores a las 11 de la mañana y termina alrededor de las 7 de la noche. Debido al ambiente de zozobra en la ciudad, asegura que no lleva tanta fruta.
— ¿Cuáles son las frutas que vende? — pregunto.
— Vendo piña, melón, sandía, jícama, pepino, mango, naranja y coco. Pues toda la fruta de temporada.
Lo que más le compra su clientela es la piña, el mango y la sandía. Un envase plástico se vende a $11 y un vaso a $9.
En los últimos días la venta ha sido menor que de costumbre. Marta piensa que la gente está gastando menos porque está trabajando menos, igualmente observa a menos personas en la calle. Todo obedece a la presencia indiscriminada de las agencias federales en el sur de California.
En medio de la conversación, la comerciante hace una pausa al ver salir una camioneta blanca de un estacionamiento cercano de donde ella vende.
— Mire, uno no sabe. Ellos pueden ser de la Migra.
A sus 40 años, Marta nunca pensó en regresar a México. Desde que se estableció en Los Ángeles y tuvo a sus hijos vio esta ciudad como su hogar. Ahora, dice que eso ha cambiado. Esa es una posibilidad forzada, no es lo que ella desea.
La realidad es que te tienes que cuidar, dice. Por todo lo que está ocurriendo, ella afirma que los migrantes tienen que actuar con prudencia, salir lo menos posible. Ante las responsabilidades que tiene en su hogar, quedarse en casa no es una alternativa para ella, tampoco lo es un cambio de trabajo.
En su opinión, Marta no ve un lugar seguro. Ella enumera que ICE ha ingresado a talleres, lavados de autos y bodegas.
— Pero ¿qué lugar, dime tú, puede ser seguro para la gente? — razona.
Desde ese 6 de junio, cuando llegó la “Migra” a la ferretería Home Depot del vecindario Westlake y a las instalaciones de la empresa Ambiance Apparel, Marta y su esposo tienen anotado y guardan fotos de los números telefónicos de organizaciones proinmigrantes, así como de abogados.
En los 24 años que lleva viviendo en Estados Unidos, nunca había conversado con su familia sobre una posible deportación. Nunca imaginó que la vida iba a cambiar tan drásticamente. Marta había pensado que un día iba a regresar a ver a su padre y al resto de su familia, pero no se visualizaba que regresaba a quedarse a vivir en su tierra.
— Cuando tienes hijos es muy difícil regresar — advierte mientras estira y juega con una bolsa plástica en sus manos.
Para enfrentar esta realidad desafiante, no solo ha aceptado lo que ha pasado, sino que también se armó de valor y salió a la calle nuevamente.
Parada bajo una sombrilla colorida, la mujer explica que se informa en medios de comunicación serios, lee las noticias en las redes sociales y se mantiene al tanto de las disposiciones del gobierno federal.
Algo valioso, indica, es seguir cuentas en redes sociales de organizaciones que monitorean los operativos de ICE. Ahí recibe alertas de lo que pasa.
— Siempre sales con miedo, pero pidiéndole a Dios.
Hasta que cambien las leyes, hasta que el Congreso ponga un freno a la Casa Blanca en caso de que pase a ser controlado por los demócratas en las elecciones de 2026, Marta piensa que ese contrapeso le daría un alivio a los migrantes que se encuentran atemorizados. En este momento, aunque el ambiente pinte oscuro, ella asegura que la comunidad latina tiene que seguir luchando.
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