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En los años 70 y 80 del siglo XX, la UNESCO trató de instaurar el “Nuevo Orden de la Información y la Comunicación”, pero encontró fuerte rechazo social y de los medios de prensa… no prosperó. Ahora, las redes sociales se imponen sin pedir permiso ni debatir.
En las últimas décadas del siglo pasado, la UNESCO generó un gran debate global sobre el control o manejo de la información, con la excusa de promover una “democratización” y evitar que los países desarrollados dictaran la agenda informativa. Se escucharon diversas voces, pero los medios periodísticos, muy poderosos en aquel entonces, no permitieron que se impusiera una forma de actuar uniforme y, hasta cierto punto, controlada.
Cuando finalmente la iniciativa del organismo mundial perdió la batalla, se reconoció que el derecho a recibir información -ese derecho reconocido universalmente, aunque no siempre respetado por los gobiernos-, es fundamental. Se le dio mayor importancia a la prensa independiente, como el mejor vehículo para informar a las sociedades y ser un contrapeso del poder político.
La prensa mundial mostraba entonces vigor y había medios de información de todas las corrientes de pensamiento. El público tenía la potestad absoluta para decidir qué leer, ver o escuchar en las noticias y opiniones.
Sin embargo, con la llegada del nuevo milenio, las cosas comenzaron a cambiar muy rápidamente. Primero, proliferaron los medios digitales, pero el gran cambio llegó con la introducción y explotación de las redes sociales, básicamente a partir de la presentación de Facebook (2004), a la que siguieron otras como Twitter (hoy X), YouTube, Instagram, y TikTok, entre otras.
Al principio parecía que las redes sociales llegaban para lograr lo que la UNESCO decía intentar: la democratización de la información. Los medios tradicionales aplaudieron estas plataformas e incluso las vieron como herramientas para alcanzar mayor difusión de sus contenidos.
Dos décadas después, esos medios de prensa han comprobado que esas redes y sus algoritmos se convierten en dueños y señores de la información y la distribuyen de acuerdo con la forma de pensar de los usuarios y no de manera neutral, lo que a mediano y largo plazo está teniendo un resultado muy peligroso para cualquier sociedad: refuerzan la polarización política y social.
Quienes aprenden a controlar -incluso manipular- las redes sociales pueden influir más en una sociedad o comunidad que cualquier medio informativo “tradicional” -periódicos, televisión o radio-. Lo peor de todo es que pueden hacerlo con alto grado de desinformación, difundiendo noticias falsas o verdades a medias, las cuales utilizan para formar una opinión pública favorable a su causa, corriente de pensamiento o ideología.
Es importante destacar que la prensa independiente sigue siendo la que actúa como catalizador y debiera ser el referente para confirmar o desmentir cualquier información que se comparta en las redes sociales. Sin embargo, no hay suficiente conciencia en la opinión pública como para que esta sea una actitud determinante. Los usuarios reenvían cualquier noticia antes de verificar su veracidad. Como los usuarios de redes reciben mayoritariamente las noticias según sus gustos, pensamientos y tendencias, entonces las ideas -correctas o equivocadas- pueden arraigarse en los diferentes grupos políticos o sociales. Esto lo estamos viendo en la actualidad prácticamente en todo el mundo.
Un ejemplo palpable lo podemos ver en Estados Unidos, un país en el que antes se veía que los pensamientos radicales eran relativamente minoritarios en los partidos Demócrata y Republicano, mientras que hoy, pareciera que las mayorías se ubican en los extremos de cada uno de ellos. Hay que reconocer que Donald Trump ha sido genial en el manejo de sus mensajes en redes sociales, porque lo hace siempre pensando en fortalecer su núcleo duro de seguidores y, a pesar de muchas políticas erráticas, sigue manteniendo casi inalterable su porcentaje de aceptación pública. Claro, sus fans ven lo que les gusta de su líder.
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