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La llamada infancia media está menos estudiada que los primeros años de vida o la adolescencia.
Mi primer acto de rebeldía lo cometí a eso de los 6 años. Acababa de asistir a una fiesta de cumpleaños en el salón de actos del pueblo, con un grupo de niños a los que apenas conocía.
Todos habían ido con sus amigos, y yo me sentía tímido y excluido.
Cuando volví a casa, estaba de muy mal humor.
No recuerdo lo que me pidió mi madre, pero sí mi respuesta. “Claro, tú puedes holgazanear”, le espeté, “¡mientras yo tuve que ir a esa fiesta!”.
Me fui enojado, dejándola sin habla. ¿Qué le había pasado a su alegre hijito?
“Comportamiento agresivo, activismo rebelde y profunda tristeza son típicos de la pubertad de los dientes flojos”, dice la revista alemana Wunderkind.
A diferencia de lo que ocurre en la realidad, la pubertad de los dientes flojos no está impulsada por cambios hormonales. Coincide con el inicio de la “infancia media”, un periodo de profundos cambios psicológicos en el que el cerebro sienta las bases de pensamientos y sentimientos más maduros.
“Es una etapa clave en la que el niño construye su identidad e intenta averiguar quién es en relación con los demás”, afirma Evelyn Antony, estudiante de doctorado en psicología de la Universidad de Durham, Reino Unido.
“Y su mundo emocional también se está expandiendo”, agrega.
Mientras que la infancia y la adolescencia son ahora bien conocidas, la infancia media -que abarca de los 6 a los 12 años- ha sido muy olvidada en la investigación científica. Algunos psicólogos llegan a describirla como nuestros “años olvidados”.
“Gran parte de la investigación se centra en los primeros años, cuando los bebés hablan y caminan, y luego en la adolescencia, cuando hay un poco más de rebeldía”, dice Antony. “Pero se sabe menos sobre la infancia media”.
Esto está cambiando ahora, con nuevas investigaciones que identifican las características fundamentales de la metamorfosis mental de los niños.
La transformación incluye una mayor capacidad para reflexionar sobre sus sentimientos y modificarlos cuando es necesario, junto con una “teoría avanzada de la mente” que les permite pensar de forma más sofisticada sobre los comportamientos de los demás y responder adecuadamente.
También empiezan a dominar los fundamentos de la indagación racional y la deducción lógica, de modo que pueden responsabilizarse más de sus actos. Por eso, en Francia, también se conoce como l’âge de raison (la edad de la razón, en español).
El inicio de la mediana infancia puede ir acompañado de algunos dolores de crecimiento, pero una comprensión más profunda de los cambios neurológicos y psicológicos implicados está ofreciendo nuevas perspectivas sobre las mejores maneras de apoyar a un niño a lo largo de este proceso.
Empecemos por la regulación emocional. Al comienzo de la infancia media, la mayoría de los niños ya habrán hecho grandes progresos en su capacidad para controlar sus sentimientos.
De recién nacidos, dependían por completo de los adultos que los rodeaban para calmar su angustia, provocada en la mayoría de los casos por factores estresantes físicos como el hambre, el cansancio o los cólicos.
Durante los dos años siguientes, desarrollan un mayor repertorio emocional que incluye tanto la alegría como la ira y el miedo, pero no saben cómo regularlos, lo que da lugar a esas rabietas que hacen estallar los tímpanos.
El floreciente lenguaje de un niño puede aliviar un poco esos torbellinos. Esto se debe en parte a que le permite al niño expresar sus necesidades con mayor precisión, de modo que los demás puedan responder adecuadamente antes de que se acumule la frustración.
No hace falta gritar cuando se quiere más comida si se puede decir simplemente “tengo hambre”, y un adulto atento responde.
Sin embargo, nombrar una emoción puede aportar un beneficio aún más inmediato, activando partes del córtex prefrontal, que es un área implicada en el pensamiento más abstracto, al tiempo que calma la amígdala, la región implicada en la sensación de la emoción en bruto.
Sin embargo, cuando un niño alcanza los 5 o 6 años, se enfrenta a nuevos retos que ponen a prueba su comprensión emocional, afirman Antony y otros investigadores.
En lugar de depender de los adultos para que guíen cada una de sus acciones, se espera de ellos una mayor independencia, lo que crea una incertidumbre y una ambigüedad que pueden generar frustración.
Deben hacer amistades por sí mismos, llevarse bien con gente que no les cae bien y obedecer las normas de los adultos. Como señala Antony, también están desarrollando un mayor sentido de sí mismos, con la necesidad de definir quiénes son frente a los demás.
Esta transición puede poner al límite la regulación emocional del niño, lo que puede provocar los estados de ánimo propios de la pubertad de dientes flojos durante la cual el niño puede volverse abatido y pesado, o explotar en repentinos estallidos de ira.
Afortunadamente, el cerebro de los niños se pone rápidamente al día con las nuevas exigencias. Este proceso suele incluir el desarrollo de un vocabulario más amplio para describir y comprender lo que sienten, incluido el concepto de emociones mixtas.
Por ejemplo, a los 9 años, la mayoría de los niños pueden reconocer que el final de “La Sirenita” de Disney es a la vez feliz y triste.
También aprenden nuevas estrategias para cambiar sus sentimientos por sí mismos, sin depender de que sus padres o profesores los tranquilicen.
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