Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Cuando un presidente propaga un video falso generado por inteligencia artificial, no solo desinforma: atenta contra la democracia, socava la verdad y abre un abismo de peligros para países en desarrollo como República Dominicana.
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Por: Pavel De Camps Vargas
El video falso difundido desde la cuenta oficial de Donald Trump en Truth Social, creado por inteligencia artificial que muestra el arresto de Barack Obama en el Despacho Oval, abre una peligrosa grieta en la confianza democrática. Una advertencia urgente sobre los riesgos de la desinformación digital desde el poder. República Dominicana debe aprender de este precedente antes de que sea demasiado tarde.
La desinformación ya no es un accidente del sistema: hoy puede ser parte de la estrategia presidencial. Y eso, en cualquier país democrático, debería encender todas las alarmas.
El presidente Trump al publicar el video que fue creado por un usuario de TikTok este domingo en su plataforma Truth Social, el cual circula por las redes sociales y en medios de comunicación, muestra un video grotesco y que afecta la imagen de la Casa Blanca, fue generado por inteligencia artificial, donde se recrea una escena ficticia en la que el expresidente Barack Obama es arrestado por agentes del FBI dentro del Despacho Oval. El montaje -musicalizado con el himno de campaña “YMCA”- muestra a Obama siendo esposado, arrodillado y luego encerrado tras las rejas. Trump, mientras tanto, sonríe desde su silla, en una posición de superioridad simbólica y política.
El video termina con la frase: “Nadie está por encima de la ley”, misma que, originalmente, había sido pronunciada por Obama, Joe Biden y Nancy Pelosi… en referencia a Trump.
Pero esta vez, la ironía ha sido convertida en munición política. En una era donde los límites entre lo real y lo simulado se desdibujan peligrosamente, que un líder político -y aún más, un presidente en ejercicio- publique este tipo de contenidos sin ningún tipo de advertencia, es un acto profundamente irresponsable. Es más: es una amenaza directa al contrato democrático, más aún afecta a un país que dice ser defensor de la democracia y de libertades en el mundo.
El video compartido por Trump no es solo una ocurrencia conspirativa. Es un arma propagandística sofisticada. Utiliza técnicas de deepfake, montaje visual, manipulación emocional y distorsión narrativa para generar indignación y reafirmar prejuicios.
La inteligencia artificial ha dejado de ser una herramienta técnica para convertirse, en manos equivocadas, en un arma de manipulación masiva. Lo que antes requería presupuestos millonarios y expertos en cine, hoy se produce con una aplicación gratuita y una idea tóxica. Y cuando esa idea parte del presidente o de un actor político con millones de seguidores, los daños ya no son hipotéticos. Son reales.
De hecho, un informe reciente de la Universidad de Stanford advirtió que los videos falsos compartidos por líderes políticos aumentan un 367% su credibilidad entre sus seguidores, incluso cuando se demuestra que son falsos. La verdad, en este contexto, no importa. Lo que importa es la narrativa. Y esa narrativa está siendo moldeada por algoritmos, no por hechos.
En Estados Unidos, el episodio ha desatado una ola de reacciones. Desde medios de izquierda que calificaron el video como “una fantasía desquiciada”, hasta sectores de derecha que lo interpretan como una representación simbólica de una justicia postergada.
Pero más allá de las trincheras ideológicas, el consenso es claro: el uso de IA para simular acciones penales contra adversarios políticos es una forma moderna de persecución simbólica. Es una advertencia velada. Es el uso del poder comunicacional para destruir reputaciones, minar la confianza pública y, sobre todo, para sembrar el caos.
Y aquí es donde la reflexión debe cruzar fronteras.
En países como República Dominicana, donde los niveles de alfabetización digital son bajos, la institucionalidad democrática es frágil y la polarización política es intensa, el uso de contenido falso por parte de figuras de poder sería aún más destructivo. Una mentira bien producida podría incendiar un proceso electoral, deslegitimar una institución o desencadenar violencia social y destruye la débil democracia que se ha construido por décadas.
¿Qué pasaría si un presidente dominicano publicara un video donde arrestan falsamente a su principal opositor? ¿Cuántos lo creerían? ¿Cuántos reaccionarían con odio o miedo? ¿Cuántos medios lo amplificarían antes de verificar?
Este hecho protagonizado por Trump marca un antes y un después. No se trata solo de un mandatario siendo polémico. Se trata de un punto de inflexión en el uso de la tecnología en la política. Un nuevo tipo de populismo, alimentado por algoritmos, donde la verdad es reemplazada por simulaciones convincentes y manipuladoras.
Peor aún, la desinformación ya no necesita ser escondida. Ahora es celebrada, compartida, coreografiada con música y memes. Y lo que es aún más grave: publicada desde cuentas verificadas de presidentes o candidatos presidenciales.
Esto no solo normaliza la mentira: la institucionaliza.
Los dominicanos enfrentan un reto urgente: fortalecer su alfabetización digital, algunos empezaran a insistir en modernizar con nuevas leyes sobre desinformación y la libre expresión, y sobre todo, exigir ética y responsabilidad a sus líderes. Porque si en Estados Unidos -con toda su tradición institucional y medios independientes- un presidente puede difundir mentiras con total impunidad, ¿qué impide que eso se replique en América Latina?
República Dominicana debe estar alerta. La política del futuro no se decidirá solo en las urnas, sino también en las redes. Y si permitimos que la mentira se convierta en política de Estado, estaremos sentenciando nuestra democracia a la irrelevancia.
Cuando el presidente miente con IA, la verdad se convierte en rehén del poder. Y una democracia que no defiende la verdad está a un paso de convertirse en espectáculo.
La próxima vez que veas un video viral con música pegajosa y una escena impactante, pregúntate primero: ¿es real? Y luego: ¿quién se beneficia si lo creo?
Porque en la era de la inteligencia artificial, la primera línea de defensa de la democracia no son las leyes.
Es tu capacidad de pensar críticamente.
Lo que hoy ocurre en Estados Unidos podría ser mañana la portada dominicana. Y para cuando la verdad logre despertar, la mentira ya habrá recorrido todas las redes sociales.
El futuro de nuestras libertades no depende solo de nuevas leyes, sino del coraje de nuestras democracias para decir la verdad… incluso cuando es incómoda.
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