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La transformación o adaptación de una obra o género a otro, en este caso de una novela a pieza teatral, es simplemente la traslación de la narrativa a contenidos dramáticos. El relato sigue siendo el mismo, solo la habilidad del adaptador, para la simplificación del texto, y la selección de diálogos, capaces de transmitir la esencia de la obra, lo que finalmente dependerá de la capacidad de los actores, la convertirá en una obra de teatro.
Chapuseaux, con gran creatividad, resaltando el aspecto significativo de la obra, aun con la reducción de personajes, logra su cometido.
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El espacio escénico minimalista, recrea el taller del pintor Basil Hallward. Allí acude el joven Dorian Gray y posa para el pintor que, fascinado por su belleza, lo convierte en su musa. Un tercer personaje llega al atelier, es el aristócrata, Lord Henry Wotton, una especie de “viva la virgen”, que piensa que el placer es el objetivo de la vida, un verdadero hedonista, cuya elocuencia logra influir en Dorian.
Convertido en un narcisista, Dorian anhela su eterna juventud y su belleza se convierte en una obsesión. Desea que el retrato sea el que envejezca y no él, y en un pacto -quizás diabólico- su deseo se cumple. El retrato, colocado y cubierto con un gran manto, en la morada de Dorian, carga con el inefable paso del tiempo y se deforma, como la vida misma de Dorian, aunque su apariencia sea otra.
Chapuseaux rompe esquemas y escoge a una mujer, la actriz Giamilka Román, para interpretar a Dorian Gray. Su esbelta figura, su movilidad constante, sus parlamentos dichos con gracia e ironía, logran proyectar el personaje, aunque nunca dejamos de ver a la mujer.
En un extremo del escenario, en un pequeño banco de parque, los diálogos de Dorian con Lord Henry, personaje antagonista, son fascinantes. La locuacidad del Lord, además de manipulador, por momentos intolerable, envidioso de la eterna juventud de Dorian, consigue corromper al joven. La actuación de José Roberto Díaz es convincente, su voz cargada de matices y su expresión elocuente, cautivan.
Basil, el pintor, antagonista positivo, humano, indulgente e incorruptible, lamenta el deterioro moral de Dorian; este personaje es interpretado con naturalidad y verosimilitud, como si fuera el personaje mismo, por el joven actor Jovany Pepín. Es la primera vez que lo vemos en escena, y nos ha emocionado.
Ya en franco deterioro, Dorian se enamora de Sybil, una actriz de origen humilde. Más bien se enamora de su talento, ella le corresponde, pero cuando su actuación no es de su satisfacción la abandona, y la joven, cual Julieta, mártir del amor, se suicida. El diálogo entre estos dos personajes es intenso; Sybil es interpretada con verdadera pasión por la joven actriz, Cindy Galán.
La creatividad de Chapuseaux se desborda, y convierte la degradación de Dorian y su vida desenfrenada en una metáfora escénica, a través de una especie de danza macabra impactante, en la que dos figuras de negro lo envuelven en un desenfrenado bacanal.
Las figuras, corporizadas por Génesis Brito y Raymal García, muestran una expresión corporal seductora, momento en que la actriz Giamilka Román destaca como una figura más, con movimientos ondulantes y seductores. Excelente coreografía de María Emilia García Portela.
La música repercute sobre el ambiente. El ruido intermitente de los pequeños cambios de escenografía marca el paso del tiempo. La iluminación recrea la atmósfera, focalizada en determinados momentos. Magnífico trabajo de la gran diseñadora de luces, Lillyanna Díaz.
En el hogar de Dorian ha permanecido por muchos años el cuadro, cubierto por un manto. Basil llega y lo cuestiona sobre sus pecados y vicios, Dorian no los niega, hace alarde de ellos, y lo invita a ver su retrato, que refleja el monstruo en que se ha convertido. Basil se horroriza, no logra identificarlo, exige ver su firma; el diálogo se intensifica, se convierte en un verdadero duelo de actuaciones. Dorian culpa a Basil de su destino y, en un arranque de ira, lo mata de una puñalada.
La creatividad de Chapuseaux se desborda, el terror gótico de la novela está presente en la impresionante escena final. Dorian, horrorizado, destruye el retrato, pero no, y entonces, cubierto con el manto, se arrastra convulsionando, va envejeciendo hasta convertirse en el monstruo reflejado en el retrato, mientras este rejuvenece… solo le espera la muerte. En esta escena, Giamilka logra un momento estelar. Los invitamos a disfrutar del buen teatro al que nos tiene acostumbrados Manuel Chapuseaux.
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