Entretenimiento

Las mujeres: actuar, trabajo, lograrnos

8819134932.png
Iniciemos un ejercicio de memoria, y también digamos recuperación, a partir de una interrogante: ¿Quiénes hacían las tareas domésticas cuando eran niños y niñas?…

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Iniciemos un ejercicio de memoria, y también digamos recuperación, a partir de una interrogante: ¿Quiénes hacían las tareas domésticas cuando eran niños y niñas? Añadamos otra pregunta: Si vives solo o sola, ¿qué tiempo dedicas a los quehaceres de tu hogar? Elevemos la apuesta de recuerdo y recuperación con otra pregunta: ¿Quiénes hacen las tareas de tu casa hoy en día si no vives solo o sola? Ahora, vamos por otra cuestión, la última: ¿Cuidas de alguien?

***

Mi recuerdo, mi recuperación. Respondo las preguntas.

Mi niñez está dividida en dos. En la casa blanca de puertas azules, con una ventana de madera que miraba a un jardín, los quehaceres eran de mi madre. Cocinar, planchar, limpiar, atendernos. En algún momento, ella trabajaba fuera de casa, pero lo recuerdo como un tiempo breve en comparación con el otro tiempo, en el que aprendió a hacer trenzas con la vecina, para dejar de hacernos solo moños “en forma de cebolla” a mi hermana y a mí, y batir una masa de bizcocho, a mano, con diligencia y rapidez para que no se “cortara”. Hacía muchas más cosas, incluso cuando no la veía, mientras resolvía sumas y restas en la escuela y jugaba a ser modelo, cuando pasaba las tardes haciendo tareas y volando papagayos (chichiguas) hechos de papel de cuadernos, cuando veía “los muñequitos” en la televisión todas las tardes, cuando inventaba historias que dibujaba como comics. Ella siempre hacía en esa casa.

En la segunda mitad de mi niñez, en la casa de puertas siempre abiertas, la del pasillo siempre transitado por familiares, vecinos, el que iba a “comprar los números” de la Nacional o la Caraquitas y todos los nietos y nietas, la abuela y el ejército de todas las mujeres de mi familia hacían los quehaceres. Puños restregando ropa en bateas de aluminio, el bombillo de la cocina encendido, cuando había energía, desde las 6 de la mañana, barrer el frente, arreglar las camas, majar el sazón… ese ciclo eterno, interminable, de hacer en la casa. A ese ejército me uní pronto. Y mientras más crecía, más debía aprender “las cosas de la casa”, con la diferencia de que mi abuela me dijo una que otra vez: estudia. Así que los quehaceres y el estudio eran mis dos frentes. Y llegó la lectura y la poesía de manos de otra mujer, Estebania, la tía que trabajaba en una banca de lotería y me enseñó a cocinar. Me decía, al igual que la abuela: estudia. Con los años, alternaba los quehaceres, la lectura, el estudio, los amigos, el amor y la escritura. Recuerdo los sábados, agotada luego de “echar agua” y dejar limpia y ordenada la casa, y de regresar del grupo de jóvenes de la parroquia, leer los cuentos de Gabo e intentar escribir algo bonito.

De todo ese mundo de quehaceres por hacer y de las enseñanzas que me impulsaban a dejar de hacer para hacerme, recuerdo la expresión alegre y sorprendida de mi tía Nuris, quien con una actitud festiva, luego de enterarse de que había ganado un concurso de poesía, recorrió el pasillo de la casa de la abuela soltando la frase que, posiblemente, definió el primer paso de un camino: “¡Oh, sobrina!, pero yo no sabía que escribías”.

***

Viví sola por seis meses. Era un mini apartamento de una habitación, con un pequeño baño y una cocina que hacía a la vez de sala. Casi todos los días, al despertar, lo primero que hacía era preguntarme: ¿Qué tienes que hacer hoy en este pequeño hogar?

***

Hoy, en mi apartamento de tres habitaciones, dos baños, sala, comedor, cocina, área de lavado, balcón y terraza, me hago la misma pregunta que me hice durante seis meses del año 2011: ¿Qué tienes que hacer hoy en este hogar?

Cuido desde hace casi trece años a un niño que es casi un adolescente. Negociamos el quehacer. Cuando no, ya él tiene la transacción propuesta: por más tiempo en la tableta, por la mesada, por la salida.

Creo que no se hace la pregunta que yo me hago cuando se despierta. Me parece que siente que no le corresponde, que esa pregunta no es para él, como tampoco lo fue para mi hermano, para mis tíos, para mi padre, para mi abuelo, para el esposo, para su padre.

***

Este viernes finalizó en México la XVI Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe que centró sus discusiones en el tema del cuidado. En la actividad se firmó el Compromiso de Tlatelolco, que establece el cuidado como un derecho humano, “en un histórico acuerdo que busca transformar la carga no remunerada que sostienen millones de mujeres y que equivale al 25 % del PIB regional”, según leo en una nota de la agencia EFE.

De acuerdo a datos del Banco Mundial, se estima que el PIB (a precios actuales) de América Latina y el Caribe en 2024 fue de aproximadamente 7.31 billones de dólares. El 25 por ciento de ese PIB es alrededor de 1.82 billones de dólares.

En República Dominicana, en tanto, el tema toma relevancia por una declaración. Ana Leticia Martich Mateo, primera adjunta del Defensor del Pueblo, señala durante un panel que las mujeres en el país dedican en promedio 31.2 horas a la semana a trabajo no remunerado, mientras que los hombres solo invierten 9.6 horas, lo que refleja una diferencia de 21.6 horas semanales.

Y como suele suceder, los datos están fuera de este presente. La panelista reseña estas cifras del informe de la encuesta Enhogar del año 2016, que realiza la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE). No lo sabe, posiblemente, pero el dato fue actualizado en el informe de 2021. Hay mejoras aparentes: las mujeres dedican 26 horas semanales en promedio al trabajo no remunerado, en comparación con las 11.9 horas que dedican los hombres, con una diferencia de 14.1 horas semanales promedio.

Sigue siendo mucho tiempo, mucha diferencia. La situación es igual cuando hablamos del tiempo dedicado al trabajo por paga, que suele comprender la que conocemos como “doble jornada” para las mujeres (mi abuela la tenía en su propia casa: primero con una fritura, en la que solía amanecer y, luego, vendiendo números de lotería bajo un árbol de aguacate en el patio. En medio de ambos trabajos, muchos otros trabajos). En 2016, las mujeres dedicaban en promedio 19.5 horas semanales al trabajo remunerado, mientras que los hombres 37.1 horas. Para el 2021, las mujeres dedicaban 39.8 horas semanales promedio, y los hombres 44.9 horas.

Me da por sumar. Si dedicas, en promedio, a trabajar 39.8 horas semanales para generar ingresos y otras 26 horas semanales para trabajar en la casa, terminas ocupando casi 66 horas semanales en hacer y quehacer. Mientras que los hombres, si le sumamos sus promedios semanales, serían unas 57 horas.

Mi tía Nuris y yo preparamos a mi abuela para acostarla. Es domingo por la noche. Me enseña los arreglos que una de mis primas ha hecho en la habitación. Aún conserva su actitud festiva. Me pone al día, me cuenta “las últimas”, un reporte que incluye el estado de sus dolores en las piernas y la mejoría en sus terapias a pesar de que necesita una operación de reemplazo de su rodilla derecha, cirugía de la que desistió, harta de la burocracia en el Darío Contreras.

Dos días después hablo con mi hermana. Me envía una foto de un sillón que le quiere enviar a mi abuela para que descanse de la silla de ruedas y la mecedora. Reviso el grupo de WhatsApp de la familia. Mi madre, otra tía, mi hermana, primas. Se escriben, nos escribimos, sobre achaques, alegrías, tristezas, cajas que se envían, diligencias de cuidados, recetas, remedios, sueños.

Ocupadas siempre en la pregunta que nos amanece, que nos heredamos: ¿Qué tenemos que hacer hoy?

TRA Digital

GRATIS
VER