Primera Plana Salud

El cabello afro en la identidad dominicana y su influencia en la salud capilar

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En este país, la idea del "cabello malo" aún persiste en los salones, hogares y escuelas.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Hoy, más que nunca, requerimos educarnos y educar. Necesitamos dialogar con nuestras hijas, nuestras madres, nuestras estilistas. Proclamar que no existe cabello “malo”. Que cada textura tiene su ciencia, su rutina, su hermosura. Que el cabello afro no necesita ser “domado”, requiere ser entendido, atendido y celebrado.

En una cultura tan marcada por el mestizaje, la palabra “negro” se ha vuelto casi un tabú, una etiqueta de la que se huye. En lugar de reconocer nuestras raíces afrodescendientes con orgullo, nos pasamos renombrándonos entre “indios”, “trigueños”, “jabao” y “morenito”, como si mencionar lo negro fuera una ofensa, un lastre.

Y si lo hacemos con el color de piel, también lo hacemos con el cabello. En este país, la idea del “cabello malo” aún persiste en los salones, hogares y escuelas. Un cabello con frizz, rizado, con textura afro, es comúnmente etiquetado como algo que necesita ser “dominado”, ocultado, planchado o estirado.

En cambio, el cabello lacio, dócil y brillante, se percibe como el estándar de belleza aceptable, el que merece ser mostrado, el que se asocia con éxito, orden y pulcritud.

Desde la niñez, muchas niñas dominicanas, y digo muchas porque yo también lo viví en mi entorno, son llevadas al salón cada semana. Allí se les somete a alisados, blower y peinados apretados que tensan el cuero cabelludo con el objetivo de “controlar” ese cabello. ¿La consecuencia? Un mensaje silencioso pero profundo: tu cabello natural no es suficiente.

Como dermatóloga y tricóloga, no solo me preocupa el daño psicológico o cultural. Me preocupan también las secuelas físicas. Esos peinados tirantes, esas trenzas que jalan con fuerza, esos moños altos que se repiten cada semana, no pasan desapercibidos para el cuero cabelludo. Con el tiempo, estos hábitos pueden provocar una condición llamada alopecia por tracción, una forma de pérdida de cabello que puede comenzar en la infancia o adolescencia, y que muchas veces no es reversible.

La alopecia por tracción ocurre cuando los folículos pilosos, sometidos constantemente a tensión, se inflaman, se dañan y, eventualmente, mueren. Y cuando eso ocurre, el cabello no vuelve a crecer de forma natural. El único recurso, en casos avanzados, puede ser un trasplante capilar.

Este tipo de alopecia no discrimina, pero es particularmente común en mujeres afrodescendientes por las prácticas culturales asociadas al cuidado capilar. La ironía es dolorosa: intentamos “mejorar” un cabello que ya era hermoso en su forma natural, y a cambio perdemos la posibilidad de lucirlo para siempre.

Hoy, más que nunca, requerimos educarnos y educar. Necesitamos dialogar con nuestras hijas, nuestras madres, nuestras estilistas. Proclamar que no existe cabello “malo”. Que cada textura tiene su ciencia, su rutina, su hermosura. Que el cabello afro no necesita ser “domado”, requiere ser entendido, atendido y celebrado.

Modificar esta narrativa es urgente. Es un asunto de salud, de autoestima y de justicia cultural. Desde la consulta dermatológica hasta el aula escolar, desde los medios de comunicación hasta el hogar más humilde, debemos promover un discurso que reconozca la riqueza de nuestra diversidad capilar.

Como mujer dominicana, como médico, como madre, sueño con un país donde podamos decirle a una niña de cabello rizado: tu pelo es fuerte, tu pelo es hermoso, tu pelo es tuyo y no necesitas cambiarlo para ser aceptada.

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