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Al principio, el turismo que recibía nuestro país se asemejaba a una ola: visitantes que llegaban como parte de la corriente. Luego se fue delineando el viajero que disfruta de lo genuino sin dejar de lado la comodidad. Y, de manera todavía inicial, limitada por deficiencias en infraestructura, capacitación de recursos humanos, calidad de los servicios y sostenibilidad, empieza a manifestarse el peregrino del lujo sereno, aquel que busca vivencias únicas.
Se trata de una transformación en la composición de nuestro turismo que es impostergable. Estamos ya en el tramo final para que el número anual de turistas equipare la población local, y es crucial evitar que se repitan en nuestro destino los problemas que han sufrido otros: la pérdida de empatía de la población hacia el visitante, resultado de la hostilidad que generan las deficiencias acumuladas y de no haber acotado a tiempo el peso del turismo masivo.
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El turismo dominicano ha alcanzado su madurez. Seguir apostando por el turismo de masas sería lo más fácil, por sus menores demandas, pero también lo más insostenible. Dar un salto inmediato hacia un turismo premium resulta aún inviable, aunque ese nicho puede aprovecharse de manera marginal.
La gran apuesta debe ser, entonces, el turista medio: aquel que busca confort, diversidad de opciones y experiencias memorables a un precio razonable. No persigue el lujo extremo, pero sí valora la comodidad, la autenticidad moderada y la buena relación entre calidad y precio.
¿Qué hacer para que nuestro país se vuelva cada vez más atractivo para este viajero?
Inversión en infraestructura accesible y funcional, junto con hoteles de tres y cuatro estrellas y resorts “todo incluido” de gama media-alta.
Oferta gastronómica en expansión, con restaurantes que brinden cocina local e internacional de calidad a precios razonables.
Transporte confiable y eficiente, con traslados seguros, taxis regulados, aplicaciones de movilidad, aeropuertos funcionales y conectividad aérea competitiva.
Experiencias variadas y accesibles, desde excursiones culturales, museos y recorridos históricos, hasta turismo de naturaleza en playas, montañas y parques; actividades organizadas como deportes acuáticos, senderismo o tours urbanos y opciones pensadas tanto para familias, parejas o grupos de amigos.
Seguridad y estabilidad, condiciones esenciales para que el turista sienta confianza en su destino.
El país ha avanzado mucho en la construcción de esta oferta, pero queda aún más por hacer.
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