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Estas páginas muestran claramente que advertimos a tiempo que la presión del presidente Donald Trump sobre la Reserva Federal para forzar una baja en las tasas de interés incrementaba el riesgo de que el presidente de la Fed, Jerome Powell, por un afán excesivo de mostrarse como firme defensor de la autonomía monetaria, cayera en la rigidez y desaprovechara la oportunidad de adaptar su discurso a un cambio en la política monetaria, justo cuando el debilitamiento de la economía estadounidense ya lo requería. Desde junio, los operadores del mercado esperaban indicios de recortes en los tipos de interés. En julio, el 80% de ellos apostaba por esa reducción, mientras Powell persistía en un enfoque prudente, insistiendo en la necesidad de más datos que confirmaran la tendencia antes de actuar.
No fue sino hasta el viernes 22 de junio, en su esperado discurso ante la reunión más importante de banqueros centrales en Jackson Hole, cuando Powell insinuó que podría disminuir levemente la tasa de referencia en los meses siguientes. Reconoció entonces los riesgos de un aumento del desempleo y de una inflación persistentemente alta, aunque enfatizó que, con la desaceleración de la contratación, el mercado laboral corría el riesgo de debilitarse aún más. Fue categórico: “El cambio en el equilibrio de riesgos puede justificar un ajuste de nuestra postura de política monetaria”.
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Llegó tarde. Su autonomía, enfrentada a un poder que intentaba doblegarlo, lo llevó a demostrar que nadie podía torcerle el brazo.
En lugar de responder con flexibilidad, se irguió altivo, como quien levanta un muro más alto de lo necesario solo para que nadie dude de su fortaleza.
Sin embargo, aquella fragilidad terminó por convertirse en la semilla de una nueva estructura, sobre la cual se apoyarán los cimientos que permitirán conducir, con menos rigidez, las cambiantes aguas de las tasas de interés.
Powell aprovechó así su intervención en el simposio anual de Jackson Hole para anunciar un cambio histórico en la estrategia de los bancos centrales: se elimina la referencia a que el objetivo del banco sea alcanzar una inflación que promedie el 2% en el tiempo, y se descarta la idea de evaluar el empleo únicamente en función de déficits respecto a su nivel máximo.
Desde 1977, la Reserva Federal tiene el mandato explícito de considerar el empleo en sus decisiones de política monetaria, antes su misión era únicamente velar por la estabilidad de precios, pero ese cambio había sido más declarativo que normativo. Ahora, Powell dejó claro que con la nueva regla la política monetaria ya no se sujetará a un objetivo rígido de inflación, sino que dará mayor peso a la evolución del mercado laboral, incluso en escenarios de precios por encima del 2%. El giro significa abandonar de manera oficial el llamado Flexible Average Inflation Targeting (FAIT), la estrategia adoptada en 2020 que permitía tolerar inflaciones superiores al 2% tras periodos prolongados de registros bajos.
Powell considera que ese marco ha quedado obsoleto.
Así, el árbol cuya rigidez lo llevó al borde de quebrarse, sacó fuerzas de sus raíces para mantenerse intacto frente a la tormenta.
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