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Del bosque al puerto: los auténticos dueños del narcotráfico de cocaína

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Cada año se publican estudios que ponen de manifiesto el vertiginoso crecimiento de la denominada “droga blanca”.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Con más de 3.708 toneladas –según el reporte 2025 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD)– la producción ilícita mundial de cocaína alcanzó en 2023 un nuevo récord, aproximadamente un tercio más (un 34 %) que el año anterior. Cada año se publican estudios que ponen de manifiesto el vertiginoso crecimiento de la denominada “droga blanca”. Aunque Estados Unidos y Europa continúan siendo los principales destinos, Asia se perfila como un mercado en auge y África como una zona emergente. En la actualidad, la cocaína figura entre las sustancias más rentables.

¿Quiénes dominan este tráfico?

Primero, dejemos atrás el mito del omnipotente capo al estilo de Pablo Escobar. “No existe un solo actor que tenga el control absoluto”, señala Laurent Laniel, analista de la Agencia de la Unión Europea sobre Drogas y Toxicomanías (EUDA). “Hay grupos clave que coordinan y gestionan el contacto entre los distintos participantes. Son estos últimos los que llevan a cabo las tareas concretas: producir la cocaína, transportarla y comercializarla”.

De la hoja a la calle

Antes de inundar los mercados norteamericanos, europeos y, cada vez más, asiáticos y africanos, la coca no es más que una hoja verde cosechada a mano en los Andes. En la fase inicial intervienen miles de pequeños agricultores que cultivan la planta en cientos de miles de hectáreas – 355.000 según el recuento de 2023 – principalmente en Colombia y, en menor medida, en Bolivia y Perú. El último informe de la DEA estadounidense indica que “las organizaciones criminales colombianas siguen dominando la producción a gran escala de cocaína”.

De hecho, Colombia concentra por sí sola dos tercios de la producción mundial. Esa producción se sitúa en “cinco enclaves de cultivo”, explica el especialista del mercado de drogas: territorios en los que el Estado tiene dificultades para intervenir y que están bajo el control de grupos armados –‑disidentes de las FARC, guerrilleros del ELN, antiguos paramilitares como el Clan del Golfo. Estas organizaciones supervisan toda la cadena local: imponen su normativa tanto a los agricultores como a los laboratorios clandestinos que transforman la hoja en pasta y luego en cocaína pura; recaudan impuestos, a veces exigen parte de la cosecha y organizan la exportación, ya sea directamente o a través de subcontratistas.

En Bolivia, donde el cultivo de coca está legalmente regulado, la situación es distinta, según el experto en mercados de drogas: “No existen cárteles ni grupos armados. La producción está gestionada por sindicatos y funciona bastante bien; al menos, no hay violencia”.

La ruta hacia los mercados de consumo

Una vez elaborada, la cocaína debe salir de Sudamérica para alcanzar a los consumidores. La vía marítima sigue siendo la preferida, ocultándose entre cargamentos legales de contenedores, barcos semi‑sumergibles o transportándose por aire mediante “mulas” –‑hombres o mujeres remunerados por llevar la droga en su equipaje o incluso ingerida dentro del cuerpo. Si bien los grupos delincuenciales locales a veces organizan la exportación por sí mismos, lo más frecuente es que recurran a redes transnacionales especializadas en logística y seguridad.

El papel del PCC

En ese escenario interviene el Primeiro Comando da Capital (PCC) de Brasil. “En esencia, se trata de una organización surgida entre internos de São Paulo que, tras la masacre de Carandiru en 1992, se constituyeron para exigir mejores condiciones penitenciarias”, explica Victor Simoni, investigador del Programa Interministerial de Investigaciones Aplicadas a la Lucha contra las Drogas (Pirelad). El grupo estructuró inicialmente a los reclusos en torno a “una lógica tanto corporativista como de sociedad secreta, con un ritual de iniciación para convertirse en ‘irmãos’ y un sistema de justicia interna dentro de las prisiones”.

A partir de la década del 2000, el PCC se expandió fuera del sistema carcelario y tomó el control del mercado minorista de cocaína en las favelas, diversificando sus actividades delictivas: lavado de dinero, tráfico de vehículos, repuestos, medicamentos falsificados y trata de personas. En la década del 2010, la organización incursionó en puertos y aeropuertos brasileños, especialmente en el puerto de Santos, el más grande de América Latina, garantizando y gestionando la logística de exportación de cocaína hacia Europa y otros continentes. “El PCC funciona como una plataforma de intermediación: los productores colombianos, por ejemplo, generan enormes volúmenes, pero no siempre pueden despachar varias toneladas al puerto de Le Havre (Francia) o Rotterdam (Países Bajos). Por eso, el PCC los pone en contacto, a cambio de dinero o servicios, con operadores que pueden hacer pasar la cocaína por puertos europeos, o con mafias como la ‘Ndrangheta italiana o las organizaciones de los Balcanes que desean comprar a los colombianos. Además fija precios, asegura los cargamentos y redistribuye ganancias”, detalla el especialista en delincuencia internacional.

A diferencia del modelo “Scarface” de Pablo Escobar en los años 80 y 90, piramidal y centrado en un capo, el PCC posee una estructura “horizontal, reticular, en la que cada eslabón solo conoce al anterior y al siguiente, lo que dificulta rastrear la cadena”, subraya Simoni. Este método resulta muy eficaz también desde el punto de vista económico: el PCC ha diversificado rutas, ofreciendo cocaína más pura y a menor precio en los mercados minoristas. Ante la presión de la guerra contra las drogas en Norteamérica, los traficantes orientaron su oferta a mercados menos vigilados a mediados de la década del 2010, en concreto a Europa. Hoy, según el investigador que ha analizado las incautaciones en el puerto de Le Havre, “la mayoría de las oleadas de cocaína que llegan a Europa están orquestadas por el PCC”. El informe *Filières atlantiques : le PCC et le commerce atlantique entre le Brésil et l’Afrique de l’Ouest* (Iniciativas atlánticas: el PCC y el comercio atlántico entre Brasil y África Occidental) de Global Initiative 2023 también vinculó al PCC con el desarrollo de flujos hacia África Occidental como etapa de tránsito hacia Europa.

Otros actores y la cooperación criminal

Los expertos afirman que el PCC se ha convertido en uno de los principales agentes transnacionales en la exportación de cocaína, coordinando una parte significativa de los envíos a Europa y a mercados secundarios. Eso no impide que otras organizaciones, como los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco, mantengan un papel central, especialmente en el acceso al mercado norteamericano. Son todavía actores relevantes en la exportación, aunque a veces actúen a través de la “intermediación” del PCC. “Parece existir un acuerdo global entre los grandes grupos criminales”, comenta Simoni: “Todos han comprendido que la violencia daña el negocio y la rentabilidad, y que conviene colaborar”.

Aunque resulta complejo cuantificar el mercado de la cocaína, la Dirección Nacional de Inteligencia y Investigaciones Aduaneras (DNRED) de Francia declaró en una audiencia citada en un informe senatorial 2024 que “mientras no se alcance una incautación entre el 70 % y el 90 % de la producción, no se ‘ataca’ el modelo económico”.

“La logística criminal mundial actual conecta una mayor variedad de productores y minoristas, garantizando un mercado sin monopolio ni monopsonio, aunque muy pocos grupos criminales transnacionales controlan el núcleo de la cadena de valor”, analizan Nicolas Lien y Gabriel Feltran en un artículo del Journal of Illicit Economies and Development 2025. “La cadena sigue siendo diversa y, junto a los grandes jugadores, encontramos traficantes europeos que hacen pedidos directos en Perú y pequeños grupos que compran 10‑15 kg para introducirlos en la metrópoli”, puntualiza Laurent Laniel.

Fragmentación de la distribución

Si bien el nudo central de la exportación a gran escala está dominado por el PCC, la distribución final en Europa y otras regiones está altamente fragmentada. En los puertos europeos, principales puntos de entrada de la droga, la mercancía es recibida por grupos locales bien asentados, ya sean mafias tradicionales como la ‘Ndrangheta, nuevas redes albanesas y balcánicas, o organizaciones criminales marroquíes o españolas. Rotterdam, Amberes, Hamburgo, Le Havre, Valencia y Barcelona figuran entre los principales puertos de entrada del continente. En total, se incautaron 419 toneladas en 2023, según el último informe de la EUDA. Europol indica que, por cada tonelada confiscada, varias más logran evadir la red. Lógicamente, a medida que se desciende en la cadena hasta el traficante de barrio, la fragmentación se intensifica. Este modelo permite una mayor resiliencia: ante redadas o confiscaciones, el mercado se recomposición rápidamente.

Muchos intermediarios locales reciben pagos en cocaína, lo que fomenta la aparición de nuevos mercados de consumo, especialmente en África Occidental, pero también en algunos puertos europeos. Tras una incautación en el puerto de Valencia, parte del cargamento terminó en el mercado local, revendido por estibadores corruptos.

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