Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Por: Dilmer R. Alvarado Cruz*
En la pulpería de Tía Tule la política no se comenta. Se discuten los precios del huevo, el agua que nunca llegó, o las aventuras amorosas de Don Juan… Pero esta semana, mientras aguardaban el cambio, alguien soltó:
— Se dice que los chinos nos están vigilando.
Y otro replicó:
— ¿Qué van a vigilar aquí si ni señal tenemos?
Así somos. Parece que el mundo gira lejos, pero la nueva guerra fría está pasando justo por nuestro barrio. No llega con tanques, llega con datos, ciberataques, visas revocadas, acuerdos bloqueados y promesas bajo banderas extranjeras.
Estados Unidos lleva años vendiendo su narrativa. Antes era el comunismo soviético; bastaba con que alguien mencionara justicia social y ya lo tachaban de “infiltrado”. Nos abrumaron con bases militares, entrenaron ejércitos, movieron conflictos desde aquí. Todo, bajo el pretexto de la democracia. Lo que sí tuvimos fueron represión, silencio y muertos. Y ahora el relato suena familiar. La amenaza ya no son los pelirrojos, sino China y su nube de espías digitales, con intereses que rara vez se hacen visibles.
¿Y qué tiene esto que ver con nosotros? Mucho. Cuando los poderosos se enfrentan, los más pequeños sufren las consecuencias. Honduras está en medio, literalmente. En 2023, bajo la administración actual, rompimos relaciones diplomáticas con Taiwán y reconocimos a China. Ahora, en estas elecciones, varios candidatos opositores prometen cortar lazos con China y restablecer el vínculo con Taiwán. Al mismo tiempo, los empresarios muestran su preocupación.
Nada de esto es ingenuo: hay grandes sumas y contratos de por medio. China financia represas como Patuca II y III, proyectos energéticos, infraestructura educativa, mejoras hospitalarias… una cooperación que supera los cientos de millones de dólares. Pero también existen riesgos, el más crítico es la relación con EE. UU.
Y por eso responde. No solo con sanciones o restricciones de visa a quienes se acerquen demasiado a Beijing, sino con decisiones que afectan la vida de los hondureños en Estados Unidos. El TPS, por ejemplo, ya expiró y quedó atrapado en una negociación sin resultados.
Esta combinación: cooperación con China, confrontación con EE. UU., decisiones migratorias, aranceles, crea una atmósfera de tensión internacional que repercute directamente aquí. Porque lo que se decide allá se siente en los frijoles y en las tortillas.
No se trata de ser “pro‑China” o “pro‑EE. UU.”. Hay algo más profundo en juego: nuestra soberanía, nuestra capacidad de decisión, nuestra dignidad. Si cada contrato externo, cada préstamo, cada visita diplomática se vuelve una cadena, entonces estamos vendiendo algo más que compromisos: estamos vendiendo el futuro.
Somos un país pequeño, pobre, con recursos limitados. No podemos esperar que un solo gobierno lo solucione todo. Pero sí podemos exigir transparencia: conocer la letra pequeña de los acuerdos, preguntar a quién se le pide lealtad, entender qué se compromete en esos préstamos.
En esta nueva guerra fría, como en la anterior, no existen absolutos buenos. Solo intereses. Y si no tenemos claros los nuestros, siempre seremos peones.
Hay que debatir esto en las universidades, en las radios comunitarias, en las redes sociales y, sí, también en la pulpería. Porque si no comprendemos lo que está en juego, no sabremos qué exigir ni cómo defendernos cuando los efectos llegan a nuestras casas.
Como dijo don Gaspar, el albañil del barrio, mientras disfrutaba del fresco en la acera:
— Uno no entiende de política, pero sí sabe cuánto cuestan los frijoles.
*Mercadólogo. Experto en Comunicación Corporativa e Institucional.*
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