Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
“VIVIMOS tiempos complejos”. Así lo ha dicho en anteriores editoriales el dirigente uruguayo y ex presidente Julio María Sanguinetti, al reflexionar sobre la razón por la que “siente una profunda convicción por los partidos”. “El ciudadano se siente representado por sí mismo”. “La representación política hoy está en crisis”. “El ciudadano abre un Facebook y cree que con eso participa del diálogo universal”. “Y vive la falsa sensación de ello”. “Y, más que nunca, debemos aferrarnos a las ideas con la pasión y el sentir que nos aporta la pertinencia”.
Exploremos –con ayuda de la IA– el contexto de lo expresado: la autopercepción de representación. Cuando afirma “el ciudadano se siente representado por sí mismo”, alude a un fenómeno contemporáneo: el individuo cree que ya no requiere intermediarios; supone que puede hablar directamente al mundo desde su móvil. Publicar en Facebook, X o cualquier otra red le da la impresión de poseer una voz en el “diálogo universal”.
Ese gesto, sin embargo, resulta engañoso. En realidad, esa voz se diluye en un mar de millones de voces, amplificadas o silenciadas según los algoritmos. Lo que parece “participación política” es, en la mayoría de los casos, un desahogo personal que no transforma estructuras ni construye proyectos colectivos.
La crisis de la representación política: los partidos, los parlamentos y otros canales de expresión pierden centralidad porque la ciudadanía se acostumbra a vías más inmediatas, pero también más frágiles. El riesgo es que la política se atomice en opiniones sueltas y en impulsos momentáneos. Eso genera problemas: desintermediación peligrosa –si todos se sienten representantes de sí mismos, nadie acepta ser representado por otros–, rompiendo la lógica de la democracia representativa.
Ilusión de incidencia: el clic, el like, el post generan satisfacción emocional pero no compromiso duradero ni cambio real. Es la “falsa sensación” de participación.
El antídoto que propone: aferrarnos a las ideas con pasión y sentimiento. En una época en que los vínculos son líquidos, lo único que brinda pertenencia es la solidez de una identidad ideológica y colectiva. La pertinencia no es sólo ideológica, sino también afectiva: sentirse parte de algo mayor que el yo.
Y eso lleva a la convicción por los partidos: no basta la efervescencia individual en redes; se necesita una comunidad política organizada que canalice esas energías hacia proyectos estables y hacia la continuidad institucional. En otras palabras, estamos en una era en que la política compite con el espejismo de la auto‑representación digital. Los partidos deben enfocarse en ofrecer identidad y sentido de pertenencia para contrarrestar el espejismo de plataformas digitales caóticas; de lo contrario, el vacío será terreno fértil para los populismos que se presentan como “la voz directa del pueblo”.
¿No crees, terciario el Sisimite, que eso está sucediendo? ¿Que ese vacío lo aprovechan los populismos contemporáneos que se autodenominan “la encarnación del pueblo real” frente a instituciones debilitadas? Has dado en el clavo, concuerda Winston: el individuo, creyéndose representado por sí mismo, acaba delegando todo en un caudillo que le promete ser su espejo perfecto (solo que ya hay muchos ejemplos vivos de lo que terminan siendo esos remedios postizos). La paradoja es aleccionadora: en el afán de autoproclamarse libre, el ciudadano aislado se vuelve más vulnerable a la manipulación autoritaria y a la influencia frívola e insustancial del montón.
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