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Miguel Guerra, relato de su enamoramiento con el Licey

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La presidencia del Licey se rota cada dos años, aquí no hay disputas por el poder.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Para este ingeniero, ejercer la presidencia del equipo azul no constituye únicamente un puesto, sino la continuación de una trayectoria vital.

Ser líder de una franquicia de la Liga Dominicana de Béisbol representa un gran honor, pero desempeñar ese rol en el club que has apoyado desde la más tierna edad, debe ser una satisfacción aún mayor.

Ese es el caso de los Tigres del Licey y su presidente Miguel Guerra.

Desde los cuatro años, Guerra ya vivía el béisbol con la pasión que lo distingue hasta hoy. Su regalo de Navidad predilecto era una radio portátil, con la cual seguía cada encuentro de los Tigres.

“Tengo un recuerdo muy nítido de haber escuchado ese primer campeonato del Licey por radio, en Boca Chica, frente al mar. Apenas tenía cuatro años, pero la emoción de esa final la tengo grabada como si fuera ayer”, narra con nostalgia al Listín Diario.

Ese vínculo infantil se transformó en un lazo indestructible. Guerra creció rodeado de estadios, transmisiones y prensa, en una época en que la información no era tan abundante como ahora.

Acudía al estadio Quisqueya, escuchaba los partidos por radio y soñaba con algún día formar parte del equipo que ya lo marcaba como aficionado.

Durante su juventud jugó pelota en la universidad y llegó a ser entrevistado por organizaciones de Grandes Ligas como Toronto, los Mets y Pittsburgh, aunque nunca logró firmar contrato.

Sin embargo, ese revés no apagó su pasión.

Aunque es nieto de uno de los antiguos presidentes del Licey, su ingreso oficial como trabajador de los Tigres ocurrió casi por casualidad.

A mediados de los años 90, un amigo de la familia le solicitó ayuda con estadísticas de ligas menores, datos que Miguel recolectaba en una época sin internet ni bases de datos accesibles.

Ese trabajo lo vinculó con la oficina azul, y en 1994 ya integraba la directiva. Desde entonces transcurrieron tres décadas de entrega, desempeñando funciones en diversas áreas y dos periodos como presidente: primero entre 2013‑2015 y ahora, nuevamente.

“Hemos atravesado todos los ámbitos: los sufrimientos, las glorias, todo el proceso. Lo más importante es que somos un grupo muy unido. La presidencia del Licey se rota cada dos años, aquí no hay disputas por el poder. Muchos de los que estamos hoy fuimos hijos o nietos de presidentes de los años 70 y 80. Crecimos juntos y aprendimos que el Licey está por encima de cualquier deseo personal. Eso nos permite manejar la directiva como hermanos, con confraternidad”, explica Guerra.

Aunque Guerra dirige su propia compañía de gas natural fuera del béisbol, asegura que el Licey siempre ocupa un lugar especial en su agenda y en su corazón.

En su mandato pretende enfocarse en modernizar la institución, tanto en su estructura administrativa como en la proyección internacional del club.

“Hoy contamos con un gerente general, un departamento de comunicaciones, redes sociales, boletería en línea, recursos humanos y operaciones de béisbol con personal capacitado. Ya no es como antes, cuando la oficina era solo un gerente y dos empleados. Ahora somos una organización fuerte y moderna, pero creo que aún podemos mejorar, sobre todo en la venta de boletos online y en el estadio, en temas como los parques y accesos”, subrayó.

Para Guerra, ser presidente del Licey no es solo un cargo, es la continuación de una historia de vida.

“Yo siempre digo que el Licey ha estado en mí desde niño. Lo viví con mi abuelo, lo seguí como aficionado, trabajé como directivo y hoy me toca otra vez ser presidente. Es una vida completa ligada al Licey, desde aquel primer campeonato que escuché en la radio hasta estos últimos años de gloria”, concluyó.

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