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Las expectativas así generadas convierten las fases iniciales de la relación en una especie de rito. El paciente, atrapado en un proceso sutil de regresión, procura agradar a su doctor/a, observar sus actitudes, ofrecer la mayor cantidad posible de datos, reforzar la incipiente confianza y revitalizar su fe, en lo que, más que científico y técnico, él percibe como una vibración espiritual, una unión de ideas opuestas al enemigo común —la enfermedad—, elemento generador y casi mágico de la recuperación.
La fe implica la aceptación de afirmaciones que sobrepasan cualquier escrutinio crítico o control racional. Las expectativas del paciente se sustentan en este factor ajeno a toda tonalidad confesional. Es un componente religioso, en la medida en que este término guarda relación, porque es la fe la que acerca y vincula al paciente con el médico y su inherente autoridad.
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Otros recursos de los que disponen los pacientes son: esperanza, factor de gran influencia curativa, pero también motor primordial en la búsqueda de ayuda; confianza, que representa la liberación de prejuicios para aceptar el consejo, el examen complementario, la renuncia a pequeños placeres; disciplina, que implica renuncia y la reducción de las dimensiones de su propio yo; devoción, que constituye una amalgama de varios de los factores anteriores.
El paciente se acerca al médico y establece su parte de la relación con expectativas que cubren diversos niveles:
a) Nivel cognitivo: grado y calidad del conocimiento estrictamente profesional o técnico.
b) Nivel anímico: expectativa de empatía establecida inicialmente del médico hacia el paciente.
c) Nivel social: estimulada por las circunstancias previas al contacto, la expectativa social se valora en términos de prestigio.
d) Nivel espiritual: búsqueda de fuentes de fortaleza interior, coraje frente a la adversidad, consuelo ante la aflicción propia y ajena, reiteración de la fe primigenia, independiente de la enfermedad.
En definitiva, el enfermo posee características específicas según su personalidad, nivel cultural y tipo de patología presente.
El grado de madurez en la personalidad del paciente facilitaría la interacción.
El desarrollo cultural, que evitará apreciaciones oscurantistas y dificultades comunicativas, influirá de manera análoga, al igual que la gravedad de la enfermedad o la valoración social de la misma, ya que condicionará el nivel de angustia del enfermo.
Configuración de la relación médico‑paciente. La relación entre paciente y médico, aunque posee atributos indudablemente positivos, también lleva consigo una enorme carga de ambigüedad y, con ella, incertidumbre. No debe olvidarse que su núcleo generador es el dolor, la aflicción, la angustia, la incertidumbre, la amenaza de muerte o la incapacidad física.
Las expectativas del paciente pueden determinar, según el desenlace de su tratamiento, tanto la exaltación del médico como, por el contrario, una fuerte crítica derivada de la angustia, la decepción y el sufrimiento renovado. La configuración de la relación médico‑paciente está sujeta a las vicisitudes de un vínculo crucial entre seres humanos, conlleva un poderío enorme, pero relativamente confuso en lo que respecta a su dinámica interna.
Los dos protagonistas del encuentro aportan sus experiencias y su propia agenda; pese a estar plenamente informados el uno del otro y a saber que persiste un margen considerable de incertidumbre, no cabe duda de que la relación tiene orígenes prometedores. Cuando el mito supera la realidad, cuando médico‑paciente exageran los límites de la autoridad y de sus expectativas, la relación penetra en territorios inciertos, eventualmente inconsistentes e impredecibles.
El desenlace no tiene por qué ser necesariamente negativo; más aún, este proceso de mitologización parece inevitable y constituye, en verdad, un ejemplo más del impacto de las emociones, sobre todo de la conducta humana. El mito ayuda a tolerar las ambigüedades y aliviar las incertidumbres, desempeñando una función curativa; del buen manejo de sus orígenes y de sus afectos depende el éxito de la relación médico‑paciente.
El médico debe acoger las quejas del paciente y, al mismo tiempo, examinar con objetividad el significado y la magnitud de las mismas. Esta ambigüedad también lleva implícita la palabra esperanza o el optimismo que se desea transmitir.
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