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Cádiz (1973) – Redactor y editor especializado en tecnología. Desde 2017 escribo de manera profesional para medios y blogs en español.
Viajo cada semana en los trenes de alta velocidad de nuestro país y, casi nunca, utilizo el Wi‑Fi incluido en el billete; resulta frustrante. La señal se corta, las páginas se quedan colgadas y la velocidad es ridícula. Prefiero conectar la SIM de mi móvil, aunque incluso eso tiene limitaciones: en ciertos tramos la cobertura desaparece y, con ella, el acceso a datos.
Los datos de Speedtest Intelligence de Ookla para el segundo trimestre de 2025 revelan una brecha colosal entre naciones. En la cúspide está Suecia, con 64,58 Mbps de descarga y 54,95 Mbps de subida, lo que permite trabajar, jugar o hacer streaming sin interrupciones. Le siguen Suiza (29,79 Mbps) e Irlanda (26,33 Mbps). En la zona más desfavorecida, España apenas llega a 1,45 Mbps, Reino Unido a 1,09 Mbps y Países Bajos a 0,41 Mbps: hasta 158 veces más lentos que el referente europeo.
Esta disparidad no proviene de la topografía ni del clima. Cuando la conectividad ferroviaria se trata como una pieza clave de la infraestructura, con redes dedicadas a lo largo de la vía, los resultados para el usuario mejoran notablemente.
Pasar de Wi‑Fi 4 a Wi‑Fi 5 y aprovechar la banda de 5 GHz eleva considerablemente la experiencia: en Alemania, por ejemplo, las velocidades se dispararon un 328 % al hacerlo. No obstante, el problema estructural no está dentro del tren, sino sobre él. El enlace entre las antenas del techo y las redes móviles públicas, el llamado *backhaul*, sigue siendo el mayor cuello de botella. Cuando el tren depende de cobertura “incidental”, pensada para poblados cercanos y no para corredores ferroviarios, aparecen cortes y transiciones a frecuencias más lentas.
Suecia constituye un caso paradigmático. Hasta 2024 sus trenes apenas superaban los 2 Mbps, pero una reorientación estratégica lo cambió todo. El Gobierno y los operadores financiaron la cobertura de túneles, impusieron obligaciones de cobertura ferroviaria en las licencias de espectro y habilitaron el acceso compartido a infraestructuras. En un año, el país pasó de ofrecer un Wi‑Fi meramente testimonial a proporcionar una experiencia comparable a la de un hogar: varios pasajeros por coche viendo vídeo en HD sin interrupciones.
Suiza sigue de cerca el modelo, aunque con una variante diferente. Su sistema SBB FreeSurf permite a los viajeros utilizar sus propios datos móviles sin que se descuente del plan, gracias a un acuerdo con los operadores. Así se evita el embudo del Wi‑Fi compartido, pero solo los usuarios con SIM suiza pueden beneficiarse.
Japón, Corea del Sur y Taiwán han apostado más por la cobertura celular dedicada que por el Wi‑Fi a bordo. El resultado es una experiencia más estable y una latencia mucho menor; Taiwán lidera con apenas 13 ms de respuesta y es el único país con una presencia significativa de Wi‑Fi 6 en sus trenes. Sus velocidades medias (6‑8 Mbps) quedan por debajo de los líderes europeos, pero muy por encima de los rezagados.
Los vagones actuales están diseñados para ser eficientes y silenciosos, pero no para dejar pasar las ondas. Las ventanas con recubrimientos metálicos y el aislamiento acústico actúan como una jaula de Faraday. A 300 km/h y con túneles o cambios de celda constantes, mantener una conexión estable se vuelve un reto técnico. Alemania está sustituyendo miles de ventanas por versiones tratadas con láser que permiten el paso de la señal y equipando sus trenes con antenas activas en el techo para reducir pérdidas.
El futuro del Wi‑Fi en los trenes pasa por combinar tecnologías. Los satélites de órbita baja (LEO) como Starlink o OneWeb ya se están ensayando en Escocia, Francia, Italia y Polonia para reforzar la cobertura donde el 5G no llega. Paralelamente, Europa avanza hacia el estándar FRMCS, un sistema 5G dedicado a los ferrocarriles que mejorará la comunicación entre tren y tierra y, de paso, la calidad del servicio al viajero.
Los datos de Ookla confirman lo que los usuarios experimentamos cada semana: el Wi‑Fi en los trenes de España necesita una reforma profunda. No basta con cambiar routers o antenas dentro del coche; es necesario reforzar la red a lo largo de las vías, actualizar a Wi‑Fi 6E y 7, y facilitar el uso combinado de varias redes móviles. Con voluntad técnica y política, el salto sería enorme.
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