Salud

La influencia de las redes sociales en la mente de los adolescentes

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El 62 % de la población señala la salud mental como su principal preocupación sanitaria.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

El 62 % de la población señala la salud mental como su principal preocupación sanitaria.

El entorno digital que rodea a la juventud ha transformado de forma drástica la manera en que se comunican, se informan y construyen su visión del mundo, según comenta el psiquiatra Hilario Blasco Fontecilla, especialista en salud mental infantil y adolescente.

El cerebro de un joven, para comenzar, no está preparado para manejar las decenas de miles de enlaces que generan las redes sociales ni la enorme cantidad de relaciones que estas invitan a crear.

Estas “miles de enlaces en las redes”, añade Blasco Fontecilla, no constituyen “vínculos reales, sino una simulación de pertenencia”, pues la “hiperconectividad” en la que se desenvuelven los adolescentes produce una “ilusión de compañía”.

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La soledad se oculta detrás de ese velo, opina el experto, quien plasmó estas reflexiones durante una jornada sobre salud mental organizada por la Fundación Juan José López‑Ibor y el Centro de Estudios Gregorio Marañón, y celebrada en la Fundación Ortega‑Marañón.

Además, según explicó Blasco, inmersos en ese entramado, “los adolescentes se ven constantemente comparados, buscan validación y temen la exclusión, lo que alimenta la ansiedad y la baja autoestima”.

La adolescencia, subrayó el profesional, citada en un comunicado de la Fundación Ortega‑Marañón, constituye “una etapa biológicamente necesaria para aprender el riesgo y la autonomía, pero el contexto actual multiplica los estímulos y achica los límites”.

Aunado a la presión del entorno digital, el psiquiatra resaltó la brecha entre la madurez biológica y la psicológica, pues en las sociedades contemporáneas “los jóvenes maduran biológicamente antes, pero psicológicamente mucho más tarde”. A su juicio, las causas residirían en la sobreprotección parental y la ausencia de ritos de paso hacia la adultez.

“La sobreprotección es el gran error de nuestra especie”, advirtió, y subrayó que “el adolescente necesita equivocarse para aprender”. “Los padres que eliminan todo riesgo engendran hijos frágiles. La autonomía se forja cayendo y levantándose”, profundizó.

Blasco recordó también que el cerebro humano no concluye su desarrollo hasta los 24 años, particularmente el lóbulo prefrontal, responsable del juicio y el control de impulsos. Sin embargo, señaló que en múltiples ocasiones se exige a los jóvenes comportarse como adultos cuando su cerebro “todavía no lo permite”.

Esta inmadurez, añadió, explica en parte la impulsividad, la búsqueda de sensaciones y la dificultad para anticipar consecuencias, rasgos típicos de la etapa adolescente.

La sesión celebrada en la Fundación Ortega‑Marañón reunió a psiquiatras, investigadores y profesionales de la salud mental para examinar la magnitud del tema en la sociedad actual.

De acuerdo con el ‘Monitor global Mental Health Day’ de Ipsos, publicado este jueves, la salud mental se mantiene, por cuarto año consecutivo, como la principal inquietud sanitaria de la ciudadanía, sobre todo entre las mujeres.

En concreto, el 62 % de los encuestados coloca la salud mental como su primer problema de salud, casi 20 puntos por encima del promedio mundial de los 30 países analizados, que se sitúa en el 45 %.

España ocupa la segunda posición, tras Suecia (63 %), donde más preocupa la salud mental, superando a otras afecciones como el cáncer (51 %), el estrés (36 %), la obesidad (29 %) y el tabaquismo (19 %).

María Inés López‑Ibor, psiquiatra y presidenta de la fundación que lleva el nombre de su padre, uno de los pioneros de la psiquiatría, señaló durante la jornada que “la mitad de los trastornos mentales aparecen antes de los 25 años, y la mayoría se inicia alrededor de los 14”.

Blasco, en ese sentido, enfatizó que en todos los países occidentales la salud mental juvenil ha empeorado en la última década.

Tres ejes agrupan las causas: la sobreexposición digital, que descompone los ciclos de sueño, atención y socialización; la carencia de referentes estables en la familia, la escuela y la comunidad; y la presión de un futuro incierto, que alimenta el miedo, la frustración y la desmotivación.

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