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En el siglo anterior, durante una destacada contienda de ajedrez celebrada en Moscú, varios maestros examinaban el desenlace de una partida en la que las piezas claras gozaban de ventaja, pero no encontraban el movimiento preciso para concretarla, manteniendo posturas encontradas al respecto. De manera súbita, José R. Capablanca, quien se hallaba en una sala adyacente, pasó por el lugar y, entendiendo el motivo del debate, se detuvo, se inclinó sobre el tablero e inmediatamente reubicó todas las piezas en los escaques correctos. En cuestión de instantes todo se hizo patente: ahí estaba la estrategia exacta para aspirar a la victoria, que ahora parecía sencilla. El excampeón mundial demostró su excepcional capacidad técnica para valorar posiciones.
Generalmente, un ajedrecista competente se distingue por su habilidad para evaluar y orientarse con facilidad en cualquier situación del juego. Si bien Capablanca fue inigualable en este aspecto, existen ejemplos de otros jugadores que hallan rápidamente el plan idóneo para continuar la partida. En la actualidad sobresale el súper élite Magnus Carlsen; pero se pueden mencionar igualmente a Campeones mundiales anteriores, desde Lasker hasta Kasparov y Anand.
Continuando con esta temática, también se observan casos tangibles de criterio técnico para discernir distintas facetas del deporte que conllevan la toma de resoluciones acertadas o erróneas. Podríamos citar determinaciones brillantes que han redundado en beneficio del ajedrez; en contraparte, podemos enlistar diversas decisiones que se alejan considerablemente del concepto esencial del término criterio, es decir, la ausencia de sensatez para la elección correcta.
La carencia de criterio resulta perjudicial en la inmensa mayoría de las circunstancias y obedece fundamentalmente a la ignorancia y la falta de experiencia para poder diferenciar en cualquier situación que exija un juicio atinado. Solo tras observar los resultados nos percatamos de que no poseemos la cordura y los conocimientos necesarios para valorar una situación y adoptar la decisión apropiada.
En el universo de las torres y los alfiles abundan los ejemplos en los que, por falta de criterio, se incurren en fallos evidentes a la vista de todos. Es preciso destacar que en muchos casos, la escasez de una cultura ajedrecística influye en la valoración de la coyuntura que requiere una correcta toma de decisión.
Un ejemplo paradigmático es cuando las entidades responsables del desarrollo del ajedrez designan a entrenadores sin el respaldo necesario para ejercer su labor; en gran medida, consecuencia de la falta de criterio, y aunque también se presenta por motivos de afinidad, compromisos y servilismo, en esencia, la ausencia de una cultura ajedrecística induce a pensar que da lo mismo, un inexperto, que quizás solo sabe ejecutar el Mate del Pastor, que un maestro cualificado para la enseñanza seria del ajedrez.
Esta situación también puede trasladarse a casos particulares, ya que no solo acontece en organismos públicos y privados.
Para ser un buen lustrabotas se precisa de ciertos conocimientos, experiencia y talento, y este principio se aplica a cualquier oficio, ocupación, etc. Todas las profesiones poseen su arte y no todos podemos ser artistas. Ni siquiera el cantante menos avezado puede equiparar al consagrado, o un pintor impresionista impuesto repentinamente puede superar al francés Claude Monet.
Sucede de igual modo con los jugadores, árbitros y entrenadores de ajedrez seleccionados para intervenir en determinados eventos. Por carencia de criterio técnico, en ocasiones se eligen jugadores “predilectos” dejando de lado a quienes ostentan buenos resultados y potencial de crecimiento conforme a variables como la edad, el talento y las perspectivas, esperando que por un milagro esos favoritos puedan alcanzar una buena posición, obtener un título internacional, representar dignamente al país o realizar un trabajo meritorio.
En el juego ciencia no hay cabida para los milagros. Estos solo anidan en las mentes desprovistas de un buen criterio técnico y de una adecuada cultura ajedrecística. Esperemos que en gran medida logren converger estos dos conceptos para tomar las determinaciones correctas, ya sea en la dirección de políticas deportivas, generales o personales… mientras, seguiremos oyendo el Cambalache de Cardel:














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