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El consuelo al que públicamente se acogen ciertos optimistas, con la consideración de que todo singular exceso de lluvias, al tiempo que causa daño, también genera condiciones propicias para nuevas siembras, no es aplicable —especialmente en zonas urbanas— a las repercusiones de los perjuicios que los desbordamientos pluviales ocasionan al sector social de los marginados. El propio Estado estima que estos representan el 19.0% de la población (2024). Cerca de 2.0 millones de personas.
Para los asentamientos ubicados en barrancos, riberas de ríos y periferias de notable estrechez, con ausencia de infraestructuras que ofrezcan una mínima resistencia a los embates climáticos, la vuelta a la normalidad no guarda relación alguna con la fertilidad del suelo ni con el volumen de agua caída.
A estos individuos, que viven bajo la línea de pobreza, no les queda la sencilla alternativa de arrojar semillas, dado que sus “surcos” evidencian una incapacidad para recuperarse de la desgracia con edificaciones adecuadas y medios para garantizar la alimentación que han tendido a desaparecer. Y si lo perdieron todo en un instante, como sucede a menudo por desastres, tras el súbito despojo podrían permanecer en la indigencia durante años si la asistencia institucional falla.
Nos encontramos ante precipitaciones que han compelido a miles de familias a abandonar refugios precarios, a sufrir por la interrupción del servicio de un número considerable de acueductos, y con comunidades rurales incomunicadas debido a las crecidas de ríos, arroyos y deslizamientos de tierra sobre carreteras y caminos.
Actualmente están en marcha las respuestas de organismos de socorro de reconocida habilidad y experiencia en el manejo de estos golpes de la naturaleza, bajo la dirección del COE y la supervisión personal del presidente Luis Abinader.
Un protagonismo puesto a prueba por la trayectoria crítica e incierta del actual huracán Melissa, que en un instante dado podría superar la disponibilidad de recursos para asistir a los damnificados, a pesar de que ya anoche se dio luz verde para la reanudación parcial de actividades a partir de hoy, mientras parte del sur se mantiene en alto riesgo.
Sucesos del pasado impiden descartar que emerjan comportamientos de ciertos segmentos poblacionales que no se ajusten a la gravedad del momento, ya sea por temeridad o por no responder adecuadamente a los mensajes oficiales que instan a la prudencia y a la autoprotección. Tras los resultados de las medidas preventivas orientadas a salvaguardar vidas y bienes, se debería alcanzar un balance sobre la eficacia de las disposiciones aplicadas y la magnitud de las reparaciones que deberán emprenderse tanto en lo material como en lo humano.















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