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Aquella fue la calificación que el presidente Trump, líder de Estados Unidos, otorgó –en una escala del uno al diez– al encuentro que sostuvo con Xi Jinping, mandatario de China, en la urbe surcoreana de Busán. Desde tiempos inmemoriales, Tucídides aseveró que el fuerte ejerce su poder y el débil soporta lo inevitable. Una dura y franca muestra de pragmatismo que orienta a las potencias en sus aspiraciones imperiales para absorber a las menores. En pocas palabras, como reza el viejo adagio español, el pez grande se come al chico.
No obstante, el reciente acercamiento, más allá de lo simbólico, refleja el poderío de las dos mayores superpotencias, enfrascadas en una pugna de seguridad, comercio y tecnología para instaurar su visión de un orden mundial cada vez más incierto. En este escenario, no podemos hablar de peces pequeños. De persistir en esa ruta bélica y comercial, el resultado de devorarse mutuamente sería desastroso para el planeta.
Quizás por eso los mercados han respondido con alivio ante una reunión que mitiga las tensiones geopolíticas entre las dos economías principales. Según Xi Jinping, el resurgimiento de China –su doctrina primordial– es compatible con la idea de Trump de hacer que Norteamérica recupere su grandeza: “Siempre he sostenido que el progreso de China acompaña su aspiración de que EE. UU. vuelva a ser grande”, le manifestó a Trump.
Ambos líderes dejaron de lado las etiquetas ideológicas y actuaron como estadistas al sentarse a dialogar y cooperar, logrando acuerdos mínimos y precarios que podrían iniciar –en el más lejano de los escenarios– un sendero más robusto frente a los vaivenes momentáneos; o, al menos, eso es lo que deseamos.
La rebaja de diez puntos porcentuales en la tasa arancelaria para productos chinos al exterior –relacionada con el fentanilo e impuesta por Trump en la fecha de la Independencia–, junto al cese de la restricción china a exportar tierras raras a EE. UU. y la reanudación de la compra de soja estadounidense, facilitará la disminución de la presión sobre una economía global que, incluso pospandemia de COVID-19, no ha recuperado su ritmo de crecimiento mundial. Esta inestabilidad, generada por los gravámenes, ha forzado a los mercados y a las instituciones financieras internacionales a ajustar a la baja sus pronósticos de aumento en diversas ocasiones y a convivir en medio de una fluctuación constante.
Estados Unidos, por su parte, promueve una estrategia de política industrial y proteccionismo económico para potenciar su capacidad productiva –impulsando el “hecho en EE. UU.”– e intentar reducir un desequilibrio comercial que en 2024 alcanzó los 918.000 millones de dólares.
Desde la era de Deng Xiaoping, China ha favorecido un modelo de “apertura y reforma” que la convirtió en el motor del crecimiento económico global durante décadas, con un incremento medio anual del 10% de su producto interno bruto. Si bien el sector inmobiliario ha sufrido una contracción superior al 70% bajo la administración de Xi, la nación asiática ha experimentado una desaceleración; sin embargo, muestra firmeza ante los embates comerciales y construye planes de desarrollo a largo plazo.
En contraposición, aunque los sistemas democráticos ofrecen ventajas –tales como el imperio de la ley, la libertad de expresión, el respeto a los derechos humanos, la rotación del poder, las negociaciones, el consenso, la separación de poderes y el gobierno de la mayoría–, una de sus debilidades reside en los periodos electorales inestables. Esta dinámica de confrontación de ideas, si bien enriquece la discusión, produce altibajos que llevan a las nuevas administraciones a modificar drásticamente sus estrategias. La falta de continuidad estatal, las acciones judiciales represalias y el desgaste interno del sistema complican la competencia exterior en un entorno mundial multipolar que dicta sus propias reglas.
Hasta ahora, Trump puede ser visto como un negociador hábil: consiguió sentar a una figura sucesora de Mao que había evadido astutamente la imposición de barreras y que ostenta el control monopólico de las tierras raras, con 44 millones de toneladas métricas. El mandatario estadounidense es consciente de que, para lograr que Norteamérica retome su grandeza, su país debe liderar las cuatro esferas clave del liderazgo mundial, según Zbigniew Brzezinski: la militar, la económica, la tecnológica y la cultural. La cordialidad mostrada ante Xi Jinping, sin duda, apunta a ese objetivo.















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