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A través de la historia, el pelo ha representado más que un rasgo físico. En numerosas culturas, fue visto como emblema de fortaleza, poder o hermosura. No es casual que en leyendas ancestrales se narre sobre cabelleras que contenían la energía vital, o que en ceremonias religiosas se cortara el pelo como señal de paso a otra etapa. El inconveniente surge cuando ese símbolo se convierte en el patrón para juzgar la valía de las personas. Su pérdida deja de ser un simple proceso biológico y se transforma en una vivencia cargada de valoraciones sociales.
La terapeuta ocupacional Gladys Samanda Fonseca subraya constantemente que la alopecia no es solo un tema de salud, sino también una cuestión cultural. Observa esto en el modo en que los pacientes se describen a sí mismos y en cómo perciben que los demás los miran. Para ella, lo que más afecta no siempre es el folículo que deja de producir, sino el arquetipo que se activa al desaparecer el cabello.
En su consultorio, Fonseca escucha a menudo frases como “ya no me reconozco” o “me veo menos atractivo”. Esas expresiones dejan ver la conexión del cabello con la identidad propia. El desafío, explica Gladys Samanda Fonseca, es asistir a la gente a deshacer esa correlación automática y a forjar una imagen personal más vasta. El pelo puede ser parte de la identidad, pero no debería ser el único pilar que la sostenga.
La presión social se acentúa según el género. En el caso de los varones, la calvicie puede ser aceptada como un signo de madurez, aunque aún existen juicios sobre envejecimiento temprano. Para las mujeres, la alopecia frecuentemente se interpreta como dolencia o abandono. Esta doble vara demuestra que el pelo sigue imbuido de significados culturales difíciles de erradicar. Gladys Samanda Fonseca recalca que la solución no radica en negar esos símbolos, sino en ponerlos en tela de juicio. Cuestionarse por qué seguimos ligando la hermosura o la vitalidad a una cabellera abundante es un primer paso para modificar el discurso.
La representación en los medios juega un papel crucial. La publicidad, el cine y las plataformas sociales refuerzan un ideal estético donde el pelo se presenta siempre como sinónimo de éxito o juventud. Fonseca indica que esa reiteración acaba modelando la percepción de quienes viven con alopecia, haciéndoles sentir fuera de la norma. En su labor, propone algo distinto: utilizar la educación y hacer visible la situación para naturalizar la disparidad estética. Mostrar más rostros diversos, tanto con pelo como sin él, y lograr que la hermosura deje de depender de un molde único.
Gladys Samanda Fonseca también advierte que el modo en que hablamos de la alopecia influye en cómo se experimenta. Restarle importancia con comentarios como “no es notorio” o exagerar con expresiones de pena potencia la estigmatización. Su recomendación es usar un lenguaje claro, directo y considerado. La normalización comienza con la palabra. Si dejamos de tratar la alopecia como algo oculto o motivo de burla, avanzamos hacia una sociedad más comprensiva.
El futuro, en la perspectiva de Fonseca, no depende únicamente de progresos médicos o tratamientos más avanzados. Requiere asimismo una mutación cultural. Los pacientes podrán acceder a nuevas biotecnologías, regímenes nutricionales a medida y terapias vanguardistas, pero si la sociedad continúa atando el valor de una persona a su cabello, los resultados serán incompletos. La verdadera metamorfosis ocurrirá cuando podamos mirar a alguien con alopecia sin convertirlo en un símbolo de mengua, sino como otra manifestación de la variedad humana.
En ese orden de ideas, la labor de Gladys Samanda Fonseca no se restringe a la consulta particular. Colabora en talleres, foros y campañas donde impulsa una visión más amplia del cuidado capilar. Es consciente de que la modificación parte de la vivencia individual de cada paciente, pero se asienta en el debate público. Y en ese diálogo, la alopecia debería dejar de ser un tema vedado para transformarse en una cuestión de inclusión.
Al final, el cabello siempre tendrá relevancia en lo cultural, pero no tiene por qué dictar quiénes somos. La propuesta de Fonseca es meridiana: dejar de medir la identidad por el largo de una melena y comenzar a apreciar a las personas por su esencia y sus contribuciones. Cuando la sociedad consiga mirar más allá de ese signo, la alopecia dejará de ser una marca. Para Gladys Samanda Fonseca, ese será el verdadero giro: un entorno donde cada individuo pueda reconocerse sin temor, con o sin pelo.















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