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Cádiz (1973) Redactor y perito especializado en tecnología. Escribiendo profesionalmente desde 2017 para publicaciones y bitácoras en castellano.
Parece una trama de ciencia ficción, pero no lo es. De hecho, ya sufrimos un corte eléctrico el pasado 28 de abril. Los expertos llevan años señalando que un fallo generalizado en la red global podría ocasionar un verdadero cese digital. Y si bien suena remoto, bastaría una concurrencia de agresiones cibernéticas, fallos técnicos o desastres naturales para que incontables personas quedaran incomunicadas simultáneamente.
Visualiza despertarte una jornada y constatar que el WiFi no opera, también los datos móviles, que los dispensadores automáticos no responden y que las tiendas rechazan abonos plásticos. Sin conectividad, el mundo actual se detendría. Algo que otrora era un contratiempo, hoy se convertiría en una emergencia.
Internet no es un ente etéreo, sino una urdimbre de tendidos submarinos, servidores y centros de procesamiento que interactúan incesantemente. Un ataque digital al sistema de nombres de dominio (DNS), una fuerte erupción solar o una avería en uno de los principales proveedores de servicios podría generar un efecto dominó.
En este octubre de 2025, una interrupción extensa de Amazon Web Services (AWS) dejó fuera de servicio por horas a plataformas tan variadas como redes sociales, medios digitales, sistemas de tránsito y aplicaciones financieras. Millones de usuarios comprendieron enteramente cuánto dependen de unos pocos colosos tecnológicos. Aquello fue solo un atisbo de lo que implicaría una desconexión total y duradera de la red mundial.
El primer impacto sería económico. Los métodos de pago electrónicos colapsarían, las instituciones bancarias paralizarían transacciones y el comercio en línea se detendría. También dejarían de funcionar los sistemas de logística y transporte que dependen del GPS y plataformas en línea.
Las clínicas y centros sanitarios no podrían acceder a historiales clínicos, las cadenas de suministro se interrumpirían y los medios de comunicación perderían gran parte de su facultad para informar. En pocas horas, la falta de conexión se transformaría en desorden.
Transcurridos algunos días, las dificultades se agravarían. Sin redes, sería complicado organizar el reparto de víveres o carburante. Las entidades gubernamentales quedarían incomunicadas y la ciudadanía dependería de la radiodifusión o de sistemas análogos para obtener noticias.
Los núcleos urbanos, cuya operatividad se basa en sensores, cámaras y plataformas enlazadas, verían amenazada su seguridad y su movilidad. Incluso el suministro eléctrico podría resentirse, pues muchas infraestructuras dependen de sistemas conectados para gestionar su funcionamiento.
Si bien un cese digital absoluto es poco probable, los expertos advierten que el peligro existe. Los tendidos submarinos, que transportan más del 95 % del tráfico global de Internet, son susceptibles a sabotajes o sucesos naturales. Y la creciente concentración de servicios en grandes corporaciones hace que un fallo en una sola empresa pueda afectar a medio planeta.
Por esta razón, los gobiernos están elaborando planes de emergencia y normativas para asegurar servicios fundamentales en caso de una caída prolongada. Las copias locales, la diversificación de las redes y la seguridad informática serán aspectos cruciales en los años venideros.















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