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Conforme al Atlas de Diabetes 2025 de la misma entidad, Latinoamérica podría alcanzar más de 125 millones de afectados en 2050.
La diabetes sigue en aumento a nivel global, afectando ya a 589 millones de adultos, una cifra que, según la Federación Internacional de Diabetes (FID), se estima que llegará a 853 millones para el año 2050.
En Latinoamérica, la progresión de esta afección es motivo de preocupación. Según el Atlas de Diabetes 2025 de esa misma organización, la región superará los 125 millones para 2050; siendo las dos economías más grandes las que concentran el mayor número de casos: Brasil, con 17 millones de personas afectadas, que ascenderán a 24 millones; y México, que pasará de 14 a 20 millones.
Por ejemplo, en Chile, el número subirá de 1.9 a 2.4 millones, mientras que naciones como Argentina, Venezuela y Colombia exhiben patrones similares.
El reporte también señala que el gasto sanitario ligado a la enfermedad ya excede los 500 mil millones de dólares anualmente en el continente americano, y podría agravarse con el envejecimiento poblacional y el incremento del sobrepeso.
“Vivimos en un área geográficamente con una fuerte vinculación cultural con el gusto dulce”, explicó Laura Miranda, coordinadora regional para Latinoamérica de la Asociación Internacional de Edulcorantes (ISA), una organización sin fines de lucro que congrega a científicos, expertos en nutrición y profesionales de la salud enfocados en investigar y comunicar sobre edulcorantes bajos y sin calorías.
“El inconveniente no es que nos agraden los sabores dulces; el problema reside en la cantidad de azúcar que ingerimos sin percatarnos”, enfatizó.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), los azúcares libres no deberían sobrepasar el 10% de la ingesta calórica diaria. No obstante, en Latinoamérica el consumo duplica ese umbral.
A juicio de Miranda, reducir el azúcar no implica renunciar al placer del sabor.
“No se trata de demonizar el azúcar; la meta es hallar un balance y utilizar el conocimiento disponible para tomar decisiones más acertadas”, afirmó.
En su opinión, los edulcorantes son “un recurso provechoso para mermar el exceso de azúcar y calorías”, particularmente cuando sustituyen en lugar de añadirse.
“Los edulcorantes avalados por las agencias reguladoras de salud internacionales han pasado por décadas de análisis rigurosos y pueden formar parte de un régimen alimenticio balanceado”, indicó, haciendo referencia a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) y el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA).
Numerosas investigaciones han demostrado que los edulcorantes no elevan los niveles de glucosa en sangre tras su ingesta ni provocan la liberación de insulina, y pueden consumirse de manera segura dentro de la Ingesta Diaria Admisible (IDA), que es la dosis máxima que una persona puede consumir cada día a lo largo de su vida sin riesgo sanitario.
Basándose en ensayos clínicos controlados, se demuestra que los edulcorantes bajos o nulos en calorías no modifican la glucemia y pueden contribuir a disminuir la ingesta calórica total, jugando un rol significativo en la reducción y el control del peso en pacientes diabéticos.
Miranda detalló que esta evidencia concuerda con el sentir de agrupaciones médicas de la región que avalan su uso responsable, como la Federación Mexicana de Diabetes (FMD), la Asociación Latinoamericana de Diabetes (ALAD) y la Asociación Nacional de Diabetes de Brasil (ANAD).
Según la ISA, reemplazar un refresco azucarado por su versión ligera puede disminuir hasta 140 calorías por ración, mientras que sustituir el azúcar por edulcorante en el café o el té puede ahorrar cerca de 20 calorías por cucharadita. “Son modificaciones menores, pero mantenidas a lo largo del tiempo pueden generar un impacto real”, señaló Miranda.
La Asociación Americana de la Diabetes (ADA) y Diabetes UK también apoyan la utilización mesurada de los edulcorantes como reemplazo del azúcar y como componente de una dieta variada. Ambas instituciones subrayan que no hay pruebas de que los edulcorantes provoquen diabetes y que su consumo puede favorecer el manejo de la afección.
“El desafío no es erradicar el gusto dulce, sino aprender a gozarlo con sensatez y consciencia”, concluyó Miranda.















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