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Franklin Mieses Burgos, al cumplirse 49 años de su fallecimiento, en “La Casa de la Poesía”

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La creación poética", solía afirmar Franklin Mieses Burgos, "es una faena nocturna".

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“La creación poética”, solía afirmar Franklin Mieses Burgos, “es una faena nocturna”. Quizás por eso su estudio mantenía, a todas horas, la penumbra del ocaso, de la noche.

El “aposento” del vate Franklin Mieses Burgos irradiaba la misma magia que su lírica; poseía el mismo encanto que su obra. La luminosidad, la frescura, el espíritu creador y el talento entraban por los ventanales superiores de la puerta, parecida a la principal del recinto, recortando los espléndidos tesoros llenos de “relatos” que engalanaban los muros del lugar; así se podría describir el “sitio de trabajo” del custodio, hasta su fallecimiento en diciembre de 1976, de la Casa de la Poesía.

Esta implicación conceptual tenía sus raíces en la revista La Poesía Sorprendida, publicación del conjunto literario y artístico que marcó la vida cultural dominicana entre 1943 y 1947. Entre los participantes notables de las reuniones de Mieses Burgos, además del anfitrión, destacan Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Eugenio Fernández Granell, Mariano Lebrón Saviñón, Aída Cartagena Portalatín, Antonio Fernández Spencer y Héctor Pérez Reyes; asimismo, intelectuales, autores y artistas europeos que hallaron refugio en Santo Domingo tras el ascenso de Hitler en Alemania en 1933 y el triunfo de Franco en España en 1939. En dos ocasiones (1941 y 1945), André Breton, coautor con Louis Aragon del Manifiesto surrealista de 1922, fue recibido en la Casa de la Poesía.

Tuve la ocasión de conocer a don Franklin, como siempre le expresé, una tarde otoñal de 1970. Diógenes Valdez, reconocido narrador, me invitó a acompañarlo a visitar al poeta Mieses Burgos junto con Mateo Morrison y Johnny [Alexis] Gómez.

Me causó asombro que todos, excepto Diógenes y yo, no usáramos el tuteo y se dirigieran a él como “don Franklin”. Siempre, hasta mi última visita en noviembre de 1976, le conversé de “don Franklin”.

En 1970, hacía ya tiempo que Poesía Sorprendida se había extinguido. Mieses Burgos se había trasladado de la calle Padre Billini a la Espaillat, número 52 entonces, una casona antigua bien conservada con dos accesos simétricos: el de la derecha, funcionaba como entrada principal; del otro, solo se abría la parte superior para facilitar la ventilación, resguardando el estudio del vate de miradas curiosas.

Del interior, solo conocí el espacio destinado a la lírica: la sala y el gabinete. En rigor, esta separación era más conceptual que física. Se trataba de un ambiente único. La sala estaba amueblada con piezas de caoba, dispuestas cuidadosamente cerca del acceso, de las que se denominan centenarias. Solo el calor extremo obligaba al poeta a recibir a sus “colegas” en la sala. Él prefería el rincón que todos denominábamos “el despacho” y cuyos límites iniciaban con los extremos de las estanterías repletas de libros que rodeaban un escritorio de caoba con tallas finamente elaboradas.

Generalmente se sentaba en la silla giratoria de su mueble de trabajo, como si estuviera a punto de activarse. Un cristal idéntico a la superficie del bello mueble protegía la caoba del roce de los lápices y esferos, del papel y la correspondencia, de los textos de consulta frecuente y de otros relacionados con el movimiento sorprendido o su producción poética que, meticulosamente organizados, reposaban siempre allí. Recuerdo en particular, la Historia de la literatura hispanoamericana de Enrique Anderson Imbert, la colección encuadernada de la revista La Poesía Sorprendida y la edición de 1971 del Diccionario de la Real Academia Española.

Para recalcar la trascendencia de su escritorio, argumentaba que su verso le debía mucho. Daba a entender que el entorno de labor de un autor refleja su poesía, y que la suya era placentera porque su espacio de trabajo igualmente lo era.

Con el tiempo he ido olvidando el origen de los objetos que poblaban el consultorio de Franklin Mieses Burgos. No recuerdo a quién perteneció ese magnífico escritorio. Ni la pipa que colgaba del estante justo atrás de su silla giratoria. Menos aún el de las figurillas de artesanía africana que se exhibían sobre las repisas y servían también para sujetar volúmenes, principalmente de poesía. Sin embargo, la compleja peripecia de un africano que transitó por Santo Domingo durante los años de la Segunda Guerra Mundial sí la tengo clara en la memoria. Ese individuo, sin recursos para proseguir su travesía, cuyo destino no parecía importar al poeta, le cedió, a un precio insignificante, dos lanzas, un escudo y un semblante de guerrero que desde entonces adornaban una de las paredes de su estudio.

No se hartaba de relatar esa anécdota, y mucho menos la de una espada, muy vistosa por cierto, sobre la cual se leía: “República de Cuba”. Los sucesos que llevaron ese objeto a su gabinete, no los narraba, solo garantizaba que alguien del séquito que acompañaba a Fulgencio Batista en su huida le había vendido la espada del destituido mandatario cubano.

Aún mejor la historia de un lienzo de Darío Suro. Una pintura impactante, no solo por sus dimensiones, sino por el sujeto que plasma: un hombre afrodescendiente en cuclillas con una expresión melancólica, casi de ruego. Un motivo que siempre ha ocupado a los Suro, tanto al poeta como al pintor. Ese cuadro había llegado a ese muro gracias a una reflexión que Mieses Burgos le había compartido al artista: “Si el negro se yergue, sale del cuadro”. Hasta el tipo de papel que empleaba para escribir sus versos tenía su propia historia: lo elaboraba él mismo…

Aproximadamente durante cuatro décadas, pintores, escultores, músicos, artistas plásticos, actores, escritores y figuras políticas de distintas épocas frecuentaban la residencia de Franklin Mieses Burgos en pos de la poesía que emanaba tanto de sus diálogos y relatos como de los enseres que decoraban su despacho. Quizás allí resida el carisma que ejercía sobre los demás y que su casa, tras la disolución del Movimiento de la Poesía Sorprendida, mantuviera el apelativo de “Casa de la Poesía”.

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