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En una época donde Estados Unidos percibía el auge de agrupaciones comerciales que le eran adversas, tras haberse desentendido de su hemisferio, una Cumbre convocada por el Presidente Clinton —del 9 al 11 de diciembre de 1994— buscó enmendar el rumbo —frente a China y la UE—, impulsando el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). De su fracaso advertí en la Cumbre del 2000 en Canadá, y la salida que propusimos fue la de pactos regionales como el Tratado Centroamérica y RD, seguidos de varios acuerdos bilaterales. Entonces, la democracia era la doctrina dominante del siglo XX, y EE. UU. el estandarte del multilateralismo —lo que le otorgaba un rol central en la escena mundial— y garante del orden legal.
Esa coyuntura se ha esfumado, y la estrategia estadounidense mutó desde el 20 de enero con el retorno del presidente Donald Trump. Hoy, el mercado interior de EE. UU. funciona como un arma, no como un medio de colaboración, y los acuerdos de libre comercio se ven como obstáculos, de hecho, EE. UU. los ha estado rescindiendo: El poder blando ha cedido ante una postura firme, militar y económica.
En el plano político, el panorama también es distinto; la democracia —y el respaldo a esta— se ha debilitado. El foco ya no es Cuba; ahora son Venezuela, Nicaragua, los problemas políticos en Perú o el colapso estatal haitiano, entre otras circunstancias ante las cuales la OEA ha resultado, por decirlo suavemente, ineficaz, llevando a algunas naciones a considerar su separación.
Este año, ante la exclusión de invitados de tres gobiernos, se anunció que tampoco asistirían México y Colombia, lo que, dada la indiferencia de Estados Unidos, el impulsor, hacía muy probable que Argentina tampoco se presentara y, por su inestabilidad interna —8 mandatarios en 10 años, todos presos o procesados—, tampoco Perú: En síntesis, no asistiría nadie de peso geopolítico, salvo acaso Brasil, cuyo líder, en medio de la crisis continental, busca mediar.
Independientemente de lo anterior y de las situaciones internas de cada república americana, lo cierto es que la Cumbre de las Américas se anuló por la falta de rumbo del Gobierno dominicano, que no logró demostrar su valor a Estados Unidos, país que no tenía interés en debatir colectivamente sus diferencias con Canadá, México o Colombia, ni en escuchar objeciones a su nueva política militar y comercial para la región.
La etapa de la “corrección política”, por ahora, ha finalizado junto con el multilateralismo y el imperio del derecho, dando paso a una era pragmática donde “quien financia el evento” dicta la melodía: Estados Unidos ha sido el principal contribuyente de organismos de la ONU enfocados en asistencia social —como la OMC—, derechos humanos —como la CDH— y estudios científicos —especialmente climáticos—, que beneficiaron al mundo, y estos, a su vez, se dedicaron a criticarlo. El presidente Trump decidió que era suficiente y retiró el apoyo financiero a ciertas organizaciones o se desvinculó de otras; si hizo esto con la ONU, con mayor razón con la OEA y su Cumbre, ambas consideradas inútiles.
Siguiendo esta política de reestructuración de sus vínculos políticos, militares y comerciales, llevó al límite a la Unión Europea, criticando algunas de sus democracias y, en medio de un conflicto con Rusia, imponiendo condiciones a la OTAN al tiempo que aplicaba aranceles elevados: Europa negoció doblegada, y si así fue con el viejo continente, a América Latina no le espera un trato mejor, salvo por acuerdos bilaterales en materia arancelaria, como los otorgados recientemente a El Salvador y Guatemala, que nos perjudican al darnos una desventaja competitiva frente a nuestros productos en EE. UU.
En este contexto surgió la convocatoria de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPALC) y la Unión Europea, un foro que inicialmente perseguía fines positivos, pero previos a la Era Trump: En este momento, esas metas son inaceptables para EE. UU., y más aún por ser convocada por el presidente Gustavo Petro de Colombia, por lo que es indudable que la representación diplomática estadounidense comunicó su desinterés en dicha reunión.
El resultado fue que figuras que ya habían confirmado su asistencia, como Úrsula Von der Leyen, Emmanuel Macron y Friedrich Merz, entre otros, no acudieron; de 60 países en total, 33 de América Latina y 27 de la Unión Europea, apenas se hicieron presentes nueve jefes de Estado o de Gobierno: Un fracaso rotundo.
Pese a esto, antes se celebraron encuentros de la OTAN, que congregaron a Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y la Unión Europea. Casi simultáneamente, las entidades regionales de Asia-Pacífico se reunieron en Corea del Sur y Malasia, encuentros a los que el presidente Trump sí asistió, aprovechando para sellar acuerdos importantes, incluso con naciones adversarias. Allí coincidió con Lula. Al regresar, se reunió con un antiguo y declarado rival, el actual presidente sirio Ahmed al-Charaa, a quien previamente había retirado de la lista de terroristas, confirmando que EE. UU. solo persigue intereses, no amigos ni enemigos.
En América Latina actual, hay una ausencia de liderazgo. Lula da Silva intenta recuperar el prestigio que tuvo hace años; México es una entidad bienintencionada atrapada en una red doméstica que apenas le permite operar; Argentina ha vivido de espaldas al continente y ahora, en medio de su crisis, ha forjado una relación personal con Trump, quien le ha aliviado momentáneamente sus problemas financieros; y Canadá, con capacidad de liderazgo, mantiene escasos lazos con América del Sur y el Caribe, a pesar de la simpatía que genera Mark Carney.
De Chile, a pesar de su antiguo auge económico, y con las próximas elecciones y una presidencia de Gabriel Boric sin grandes logros, tampoco se pueden albergar muchas expectativas: Las democracias debilitadas de América carecen de interlocutores, un problema agravado por los abortos democráticos en varios países, con líderes antisistema, tanto de izquierda como de derecha, populistas que están deshaciendo los avances democráticos de los pasados 45 años, periodo en el que la democracia pareció florecer en todas las repúblicas, excepto Cuba.
Ese antiguo esquema de las Cumbres de las Américas ya no existe. Por ello, aunque la cancelación de la Cumbre representa un fracaso por la falta de liderazgo diplomático local, el Gobierno se ha librado de pasar un bochorno.















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