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Agradecido, Yayo

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El vínculo de Eduardo Sanz Lovatón, a quien todos llamaban cariñosamente 'Yayo', con mi señor padre, Orlando Jorge Mera, siempre fue algo singular.

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El vínculo de Eduardo Sanz Lovatón, a quien todos llamaban cariñosamente ‘Yayo’, con mi señor padre, Orlando Jorge Mera, siempre fue algo singular. En mi casa era habitual escuchar frases como: “Iré por un café con Yayo”, y la alegría de mi papá al planear verlo era palpable.

Hoy, al ver el nombre de mi progenitor labrado en un inmueble de la Dirección General de Aduanas, siento el impulso de manifestarlo públicamente otra vez: gracias, Yayo.

Yo conocí a Yayo inicialmente desde lejos. Recuerdo al regresar de mis estudios en Brasil, en 2010, y observar en la avenida Tiradentes, cerca de la intersección con Roberto Pastoriza, una publicidad de un aspirante a senador por el Distrito Nacional, que resultó ser Yayo Sanz Lovatón.

Así comprendí que, más que un político en ascenso, era alguien muy estimado por mi núcleo familiar. Con el tiempo, me percaté de que también era un hermano para mi padre.

Tanto en las coyunturas complicadas como en las dichosas, Yayo estuvo (y sigue) presente. En la andadura política de mi papá, nunca faltó una llamada, un consejo, una guía, un espacio para desahogarse. Esa sintonía entre ambos coadyuvó a moldear un proyecto político que hoy ejerce el poder: el del mandatario Luis Abinader.

Ambos forjaron un equipo cuya relación era especial y se complementaban. Mi padre, más reservado y metódico; Yayo, más expansivo y dinámico. Cuando se requería impulsar algo, Yayo daba el empuje; cuando era necesario calmar los ánimos, mi papá intervenía.

Esa mezcla cimentó confianza, cohesión de equipo y un sentido de familia. Sobre todo, la dedicación al servicio, que si bien mi padre tal vez inculcó primero por su trayectoria, ha sido adoptada y continuada por Yayo.

Lo que Yayo emprende hoy conlleva una trascendencia que supera lo individual. La historia se documenta en textos, pero también se inscribe en el paisaje urbano.

Y este es un país con escasa historia plasmada en sus construcciones, parques y homenajes conmemorativos. Por ejemplo, como legislador, propuse que el Parque Eugenio María de Hostos también honrara a Jack Veneno, dado que la gente asocia ese entorno con él.

No obstante, una cantidad considerable de personas conoce la figura de Eugenio María de Hostos gracias a que ese sitio lleva su nombre.

De esta forma, ciudadanos dominicanos, foráneos y, en particular, los miembros de las generaciones jóvenes, sabrán, probablemente por primera vez, quién fue Orlando Jorge Mera, al ver su nombre registrado en una edificación gubernamental de peso.

En representación de mi familia: gracias, Yayo. Por tu apoyo incondicional, por tu firmeza y por ser el gran ser humano que demuestras ser.

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