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José Peña Suazo es mucho más que uno de nuestros mejores merengueros y un artista que ha sabido mantener el balance de su trayectoria por más de 30 años.
El dirigente de La Banda Gorda es un filósofo de la vida incuestionable, quien aprecia y agradece cada instante, se mantiene con los pies en la tierra y sale airoso en su empeño por no dejarse seducir por las dulzuras del éxito y la notoriedad. Es un hombre de sosiego que posee una hermosa forma de transmitirlo al transitar.
Para él, alcanzar el éxito en su profesión es el resultado del esfuerzo que realiza a diario, de la organización, de la cantidad de horas dedicadas al estudio y de las horas de labor.
Con su discurso perspicaz y meditado, responde a la interrogante de cómo mantiene tanta tranquilidad, inmerso en el agitado universo del espectáculo. “La paz es algo que se construye en la mente del ser humano. Incluso en medio del vendaval se puede experimentar calma, y esto es la ataraxia que practican los estoicos: el arte de mantener el temple en el ojo del huracán”, afirma.
“A la larga, todo ocurre y todo se solucionará, y si no tienes dominio sobre lo que está pasando, no te inquietará, y si tiene remedio, ¡pues preocúpate muchísimo menos!”, añade.
Confiesa que desde niño siempre ha creído que lo más sano para una persona es vivir lo más próximo posible a lo verídico, ya que al final, nadie se lleva bienes de este mundo, nadie orina néctar azucarado y cada cual cumple con su labor y por ello recibe su paga.
Adorador de la doctrina estoica, expresa que aquello que escapa a su control, lo deja ir, y pone como ejemplo: “si estás atrapado en un embotellamiento, tienes un compromiso en un lugar a las 6:00 y son las 5:45, sabes que en quince minutos no lograrás llegar; lo más sensato es avisar que te demorarás una hora o media, o salir con suficiente antelación. Yo no lucho contra el tiempo, porque es el principal adversario de las personas”.
¿Qué consejo le daría a los artistas que al alcanzar la fama se creen dioses?
“Que tarde o temprano todos deben confrontar la realidad; aquel que se considera superior a todos, al toparse con el obstáculo que la Providencia le impone, ve esa verdad”.
Analiza que cada artista debe entender que su labor es simplemente un oficio, y si bien es grato el cariño de la gente, eso no lo hace superior a nadie.
“Sobre todo, hay que valorar a cada individuo, sin importar su jerarquía o posición, desde el que barre hasta el mandatario; para mí tienen igual valía. Hay que estimar al ser humano, fundamentalmente”.















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