NUEVA YORK — Las estampas son tan frescas y de actualidad como remotas y de hace un siglo: individuos bajo custodia, a veces tras barrotes, otras esposados, siempre bajo la vigilancia de las autoridades. A veces como fondo, otras veces en primer plano, siempre por determinación de alguien con potestad.
Han sido un distintivo visual clave del mandato del presidente estadounidense Donald Trump, formando parte de su estrategia para frenar la inmigración y ejecutar deportaciones masivas. Se aprecian en los anuncios emitidos en diversas ciudades del país como parte de las campañas de captación para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) y en las publicaciones de la Casa Blanca y entidades gubernamentales federales en redes sociales.
Un ejemplo especialmente impactante se dio a comienzos de este año, cuando Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Interior, visitó la notoria cárcel de máxima seguridad en El Salvador, a donde el gobierno de Trump había enviado a varios inmigrantes venezolanos.
Decenas de hombres sin camiseta, con tatuajes y cabezas rapadas, se alineaban contra los hierros de una celda sofocante en la prisión salvadoreña de mala fama, mientras se oían los “clics” de las cámaras y se grababan videos. De pie frente a ellos, Noem advertía a otros inmigrantes en Estados Unidos que podrían ser los próximos en ser deportados.
Estas imágenes de marzo suscitaban enojo e indignación, y para algunos eran sencillamente propaganda que castigaba aún más a los retenidos.
Sin embargo, esta manera de actuar no es inédita.
Representaciones visuales como esas han sido empleadas por más de cien años para exhibir el ascendiente político y la fuerza del sistema de justicia penal.
— Fotografías de reos laborando en el taller de costura del presidio federal de Alcatraz a mediados del siglo veinte.
— Vistas de hombres afroamericanos con aperos de labranza supervisados por un guardia en Parchman Farm, el penal más antiguo de Misisipi, remontándose a los albores del siglo veinte.
— Un spot de la contienda presidencial de 1988, elaborado por seguidores del aspirante republicano George H.W. Bush en contra del demócrata Michael Dukakis, que utilizó la imagen y el historial delictivo de Willie Horton, un convicto, para presentar a Dukakis como blando con el crimen.
Mostrar imágenes de personas aprehendidas o del ámbito judicial penal ha cumplido variados propósitos a lo largo del tiempo, afirma Ashley Rubin, catedrática asociada de sociología en la Universidad de Hawái en Mānoa. Rubin menciona los carteles de “Se Busca” y las fotografías que documentan ajusticiamientos.
Y el fin de algunas ha sido transmitir una idea más amplia.
“Tradicionalmente, hemos usado representaciones de diversas clases, ya sean fotos, cuadros, grabados, esbozos, y similares, para mostrar la manifestación del poder o el funcionamiento de un Estado bien organizado”, explicó Rubin. Subrayó las visitas a cárceles organizadas por autoridades para resaltar las condiciones internas, y el hecho de que los presuntos infractores sean exhibidos ante los medios para patentizar el éxito de una operación policial.
Las imágenes son influyentes porque los humanos “concedemos crédito a lo que observamos”, a veces incluso más que a lo que se nos relata, comenta Renita Coleman, quien investiga sobre imaginería y ética como profesora de periodismo en la Universidad de Texas en Austin.
“Sabemos que las fotografías funcionan. Penetran nuestra mente por una ruta distinta a la de… las palabras. Y se procesan con mayor celeridad. Poseen un componente emotivo”, añadió. “Observas una estampa, experimentas una sensación antes de reflexionar, y esa emoción tiñe todo lo demás”.
Además, la perspectiva de quien observa puede variar la manera en que interpreta lo que ve, señaló Coleman. En el caso de las imágenes de detenidos, “la perspectiva política moldeará cómo se perciben estas fotografías. Para algunos, es ‘la ley y el orden resultan beneficiosos’, mientras que otros verán personas que son… instrumentalizadas para (transmitir) mensajes políticos”.
Cuando se captura a personas bajo arresto, usualmente no se consulta su venia ni están en condiciones de negarse, según Tara Pixley, profesora adjunta de periodismo en la Universidad de Temple. Estar preso con frecuencia conlleva ser visto como inferior y deshumanizado por haber quebrantado la norma. Son los responsables quienes determinan.
Pero el “asentimiento y el permiso — el permiso de la persona con jerarquía y el consentimiento de quien es retratado — son dos asuntos completamente divergentes”, abundó.
Los sesgos y la intolerancia han jugado un rol considerable en que las imágenes de presos y del sistema penal se utilicen como un recurso potente en la narrativa de la represión al delito en la política electoral a través de las décadas, destacó Ed Chung, vicepresidente de iniciativas del Vera Institute, una organización enfocada en la justicia penal que promueve activamente contra la encarcelación masiva.
“Históricamente, esta clase de propaganda electoral ha resultado efectiva para ganar comicios”, mencionó, citando el anuncio protagonizado por Willie Horton, un hombre de color que cometió fechorías mientras estaba fuera de una cárcel de Massachusetts gracias a un programa de libertades condicionales. Dukakis era gobernador en ese momento.
Joseph Baker, profesor de la Facultad de Sociología y Antropología de la Universidad Estatal de Tennessee Oriental, argumenta que los factores de estrato social y etnia que impregnan la sociedad estadounidense influyen en nuestras percepciones hacia los individuos retenidos o encarcelados y en cómo se les trata.
“Existe un fuerte componente de clase, pero igualmente una dimensión racial y étnica. Esa es una gran razón por la cual la gente considera que está bien. Puesto que estamos sancionando a estas personas que no lucen como yo, ni se expresan como yo, ni nada por el estilo, y eso les permite pensar: ‘Ah, ya sabes: bueno, saquemos a esa gente conflictiva de aquí'”, indicó Baker.
La organización de Chung se dedica a instruir a los funcionarios electos y a la ciudadanía sobre el sistema carcelario, y defiende el respeto y la humanidad de los confinados. Tiene la esperanza de que dichos esfuerzos hayan generado progresos positivos en ámbitos como la búsqueda de más y mejores medios para quienes han sido liberados y regresan a sus comunidades, así como en la forma en que se aborda el crimen y la seguridad.
“Cuando logras separar la retórica política”, afirmó, “eso impulsa el cambio”.
Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.















Agregar Comentario