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Sé bueno conmigo: entendiendo y luchando contra el abuso mental

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Frecuentemente no identifican el abuso ya que han vivido escenarios parecidos y los han normalizado, lo cual obstaculiza el fijar límites.

Los efectos en individuos expuestos continuamente a estas circunstancias llegan a ser muy graves, usualmente surgen ansiedad, decaimiento, tensión, escasa valoración propia, alteraciones del descanso y una reducción en su aptitud para forjar vínculos sanos, así como dolencias físicas; el agobio incesante provoca múltiples afecciones, afectando el sistema digestivo, cardiovascular y la dermis.

La violencia psicológica, aun sin dejar marcas visibles, inflige serios estragos emocionales y mentales en quien la padece, manifestándose en comportamientos que menoscaban su bienestar.

Quienes ejercen este acoso exhiben una serie de acciones cuyo fin es dominar, manejar o menospreciar a otro. A diferencia del ataque corporal, el abuso emocional suele ser más discreto y complicado de notar.

Algunos ejemplos incluyen recurrir a agravios, amenazas, menoscabos, aislamiento o manipulación psicológica (haciendo que la víctima dude de su propia realidad perceptiva).

Los resultados en gente sometida a esta clase de escenarios de forma prolongada pueden ser catastróficos, comúnmente se manifiesta ansiedad, depresión, estrés, poca autoestima, problemas para dormir y un menguado poder para establecer relaciones sanas, y a nivel corporal, el Agobio constante desencadena diversas dolencias como problemas estomacales, cardiacos y cutáneos.

El perpetrador puede ser cualquier persona, usualmente alguien cercano al afectado; algunas dinámicas se dan entre parejas sentimentales, familiares, amistades, superiores o colegas de trabajo. Por lo general, quien ejecuta el acto busca ejercer dominio sobre otros o ha sufrido agravios previamente.

En ciertos casos, esta clase de ofensa refleja la propia inseguridad del abusador, quien podría proyectar sus temores y frustraciones en el agredido. También puede derivar de la incapacidad para manejar la tensión de forma productiva, regular las emociones, o por falta de tacto o destrezas de comunicación eficaces.

Los damnificados por el maltrato pueden quedar atrapados en este entorno debido a factores como la dependencia afectiva. Frecuentemente no identifican el abuso ya que han vivido escenarios parecidos y los han normalizado, lo cual obstaculiza el fijar límites. En ocasiones, consienten el maltrato para resguardar a otros en puestos de vulnerabilidad, complicando todavía más el panorama.

Para contrarrestar esta conducta perjudicial es vital reconocer el patrón abusivo, habitualmente se observa un esquema recurrente: primero se presenta una situación de rigor y control, luego ocurre el atropello o la falta de miramiento, y después aparece una etapa de apaciguamiento con ofertas de cambio, una especie de periodo de gracia, y el proceso se reanuda; este modelo se repite incansablemente, dificultando que el damnificado logre salir sin soporte externo.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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