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República Dominicana está en campaña política constante. Los partidos, como es lógico, trabajan para ganar relevancia.
En este escenario, ajeno, un gran sector de la población, mayormente jóvenes, se muestra reticente a participar o a involucrarse en el fortalecimiento y redefinición de procesos.
El “sálvese quien pueda” ha establecido su cultura, reemplazando en gran medida el curso democrático por los caprichos personales y el destino.
Poder es poder. Lo hemos oído o leído a menudo. Es un gran atrayente para el ser humano y nuestros libros de historia, filosofía, religión y política están repletos de luchas por él.
Son muchos los que piensan que han nacido para poseerlo para siempre y lo persiguen sin importar los medios. Otros lo buscan como un medio de servicio a los demás. Para intentar que la justicia y la igualdad prevalezcan.
El objetivo fundamental del político es dar respuesta a las necesidades de los individuos de organizarse para tomar decisiones, ejecutar proyectos, cumplir objetivos, alcanzar metas, llegar a acuerdos y facilitar la vida en sociedad.
Un montón de estudios científicos, psicológicos, vinculan la ambición desmedida por el poder con rasgos patológicos, que cuando llegan al extremo desembocan en una desconexión con la realidad, en un aislamiento progresivo y en una obsesión por la autoimagen.
Las personas obsesionadas con el poder creen que los demás son demasiado buenos, demasiado inteligentes, hábiles, tanto que deben reconocer su superioridad.
Son entidades vanidosas, llenas de sí mismas, de su propia valía. Se creen dueños de la verdad absoluta, por encima de las limitaciones humanas.
Desde la fundación de la República, Pedro Santana y los hateros, Horacio Vásquez (1924-1930) y Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961), establecieron precedentes.
El poder es asumido por sectores que desde las sombras se acercan al candidato con mayores posibilidades. Hacen sus apuestas. Se agrupan según la naturaleza de sus intereses. Y entienden que las contribuciones realizadas al proceso son derechos adquiridos.
Mientras tanto, el poder de una auténtica soberanía, no solo territorial, sino también económica, de conocimientos y desarrollo, se nos escapa.
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