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Stonewall Jackson: El general de hierro confederado – Revista de Historia

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Nacido en Clarksburg, Virginia (hoy parte de Virginia Occidental), en 1824, Thomas Jackson creció entre dificultades.

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Nacido en Clarksburg, Virginia (hoy parte de Virginia Occidental), en 1824, Thomas Jackson creció entre dificultades. Huérfano desde los siete años, su niñez transcurrió en condiciones de escasez, marcada por una educación irregular y una profunda religiosidad, herencia de su madre. La falta de recursos no impidió que, con esfuerzo propio y recomendaciones, ingresara a la Academia Militar de West Point, donde entró en 1842.

Durante sus años de cadete, Jackson no destacó por su talento, sino por su tenacidad. Estudiaba sin descanso, con una voluntad casi mecánica, y fue ascendiendo posiciones hasta graduarse en el puesto 17 de su promoción. Su siguiente destino fue la Guerra con México (1846-1848), donde sobresalió en varias campañas bajo el mando de Winfield Scott. Fue allí donde empezó a desarrollar un estilo de mando sobrio, centrado en la disciplina y la ejecución precisa de los planes, ganándose una temprana reputación de valentía y liderazgo.

Finalizado el conflicto, Jackson decidió abandonar el ejército regular. En 1851 aceptó un puesto como profesor de filosofía natural y artillería en el Instituto Militar de Virginia (VMI), en Lexington. Su carácter reservado, sus métodos pedagógicos rigurosos y sus intensas convicciones religiosas provocaban una mezcla de respeto y desconcierto entre sus alumnos. A menudo se le consideraba excéntrico: hablaba consigo mismo, mantenía hábitos estrictos y tenía una salud frágil que lo preocupaba constantemente. Sin embargo, su fe inquebrantable y su meticulosa forma de vida forjaban un perfil de asceta militar.

La secesión de los estados del Sur en 1861 lo empujó a tomar partido por su Virginia natal, a pesar de sus vínculos previos con el Ejército de los Estados Unidos. Pronto se le encargó la organización de tropas estatales y fue designado coronel. Su primer gran encuentro con la historia llegó con la Primera Batalla de Bull Run, donde su brigada resistió con tal firmeza el empuje del enemigo que el general Bee lo señaló ante sus hombres como ejemplo de firmeza: “Ahí está Jackson, como un muro de piedra”. A partir de ese momento, su apodo quedó fijado.

La fama de Jackson creció rápidamente. Nombrado general de división, fue asignado al Valle de Shenandoah, una región de importancia estratégica para el abastecimiento confederado y para evitar una invasión desde el norte. Allí, en la primavera de 1862, Jackson llevó a cabo una de las campañas más brillantes de la Guerra Civil: la llamada Campaña del Valle. Con un ejército reducido y gran movilidad, logró contener y derrotar a tres ejércitos unionistas que amenazaban con converger. Su rapidez para desplazarse, el uso del terreno y la sorpresa como arma estratégica lo convirtieron en un verdadero azote para las fuerzas del Norte. Esta maniobra no solo salvó Richmond, la capital confederada, sino que elevó a Jackson al rango de figura mítica entre los sureños.

Tras su éxito en el Valle, Jackson pasó a ser uno de los pilares del Ejército del Norte de Virginia bajo el mando de Robert E. Lee. Ambos generales, de temperamento distinto pero complementario, forjaron una eficaz alianza militar. Mientras Lee era carismático y calculador, Jackson era impetuoso y metódico. Su participación fue clave en las batallas de los Siete Días y en la Segunda Batalla de Bull Run, donde volvió a demostrar su capacidad para maniobrar con velocidad y golpear con contundencia.

Durante la sangrienta batalla de Antietam, en septiembre de 1862, Jackson defendió con firmeza la posición de la Iglesia de Dunker, resistiendo los embates de fuerzas superiores en número. A pesar del alto coste humano, logró mantener el frente. Luego, en Fredericksburg, su cuerpo de ejército resistió con éxito en el flanco derecho, consolidando la posición confederada ante un desorganizado ataque unionista.

Pero fue en mayo de 1863, durante la Batalla de Chancellorsville, donde Jackson alcanzó su cénit táctico. En una de las maniobras más osadas del conflicto, propuso y ejecutó un movimiento envolvente que sorprendió completamente al ejército del general Hooker. Marchando de flanco por bosques densos y sin ser detectado, atacó por la retaguardia, causando el colapso de una parte vital del dispositivo unionista. Fue una victoria magistral, considerada por muchos historiadores como una de las cumbres de la estrategia militar del siglo XIX.

El triunfo en Chancellorsville, sin embargo, trajo consigo una tragedia inesperada. En la noche del 2 de mayo, tras haber realizado su célebre ataque, Jackson salió a reconocer el terreno junto a su estado mayor. Fue confundido con una patrulla enemiga por sus propios centinelas y alcanzado por fuego amigo. Tres balas lo hirieron en el brazo y en la mano izquierda. Pese a la amputación de su brazo izquierdo y una primera recuperación aparente, la neumonía se instaló en sus pulmones. Murió ocho días después, el 10 de mayo de 1863, en Guinea Station, Virginia.

Sus últimas palabras, pronunciadas en estado febril, fueron: “Crucemos el río y descansemos a la sombra de los árboles”. La frase, con ecos bíblicos, se convirtió en símbolo de su vida austera, su fe devota y su aceptación serena del destino.

La muerte de Jackson fue un duro golpe para el ejército confederado. Robert E. Lee, consternado, afirmó que había perdido su “brazo derecho”. En el Sur, su figura adquirió dimensiones casi sagradas. Era visto como un mártir de la causa, un soldado de Dios que luchó con rectitud, y su tumba en Lexington se convirtió en lugar de peregrinación. Incluso entre sus enemigos del Norte, se reconocía su genio militar y su integridad personal.

El retrato de Jackson no se completa sin entender su religiosidad. De confesión presbiteriana, vivía con una convicción profunda en la providencia divina. Oraba con frecuencia, incluso antes de entrar en combate, y creía firmemente que ningún hombre debía temer a la muerte si vivía conforme a las Escrituras. Esta fe influía en su conducta militar: jamás vacilaba en el campo de batalla, pues pensaba que su hora estaba ya escrita.

Sus tropas lo respetaban, aunque a veces lo consideraban excéntrico. Prohibía maldecir en sus filas, instaba al estudio de la Biblia y mantenía una estricta disciplina. Al mismo tiempo, cuidaba el bienestar espiritual y físico de sus soldados. Era tan parco en palabras como vehemente en acción, y su presencia imponía autoridad sin necesidad de gritar.

Su estilo de mando se basaba en el secretismo, la velocidad y la ejecución. Jamás revelaba sus planes con anticipación, ni siquiera a sus generales subordinados, lo que a veces generaba fricciones, pero también una capacidad inigualable de sorpresa ante el enemigo. Sus marchas forzadas eran célebres por la resistencia física que requerían, y su ejército ganaba batallas en parte gracias a su movilidad extraordinaria.

Es difícil imaginar cómo habría evolucionado el conflicto si Jackson hubiera estado presente en Gettysburg. Su ausencia se notó en la falta de coordinación del ala derecha confederada, y muchos especulan que su genio podría haber inclinado la balanza. Pero incluso más allá de las hipótesis, su trayectoria refleja los dilemas, las tensiones y las pasiones que marcaron la Guerra Civil estadounidense.

Jackson fue un producto de su tiempo, pero también una figura que lo trascendió. Militar devoto, profesor austero, patriota sureño y estratega de audacia singular, su vida entrelaza fe, guerra y carácter en proporciones singulares. Su nombre sigue figurando entre los generales más estudiados en academias militares y su imagen permanece como un ícono del Sur, evocando la compleja amalgama de convicciones y contradicciones que definieron aquella contienda.

Quienes buscan comprender los engranajes del conflicto que dividió a Estados Unidos encuentran en Thomas Jonathan Jackson un estudio ineludible. No solo por lo que hizo, sino por cómo lo hizo: con convicción, con precisión y con una certeza casi religiosa en que cada paso tenía un propósito.

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