Cuidado con la calle

Manuel Hernández Villeta
Manuel Hernández Villeta

Por Manuel Hernández Villeta

El expediente de la Odebrecht  va a quedar en el limbo. Hay demasiados culpables en todo el litoral nacional  para que alguien pueda estar interesado en aplicar justicia. Con esa empresa constructora brasileña se desbordó el pozo de las inmundicias y embarró a la mayoría  de los   que tienen vida pública.

Se salpicaron dirigentes empresariales, políticos, líderes religiosos, congresistas, cabilderos, cuellos blancos y hasta centros de beneficencia. Demasiado peso social para que se pueda impulsar la balanza hacia el castigo.

Soy partidario de que todo el que cometa un acto de corrupción vaya a la justicia, donde se le juzque en forma limpia y sin  prejuicios. No creo en los sainetes de tribunales montados en una esquina, entre contertulios de vino barato o de tragos de ron dao.

Pocos  están hoy libre de pecado por las acciones de la empresa brasileña. La suciedad embarga una parte importante de la sociedad. Los que guardan silencio y muchos de los que marchan en las calles y se tiñen de verde,  al verse en el espejo se espantan, porque saben que tienen pecados que les impide tirar la primera piedra. Es más, se mudarían al amar para no ver una roca cerca de ellos.

Por lo pronto ya la empresa minera arregló su situación en el país. Pagó una multa y puede seguir trabajando. Es una especie de borrón y cuenta nueva. Una parte de la justicia ya se silenció, y no hay nada que pueda hacer guardar esperanzas de que el proceso continúe. En las calles, el tema principal  de la vida política y social dominicana no es la minera y sus travesuras. Es el hambre y la miseria

De la lucha por la corrupción y las indelicadezas de esta empresa, el sueño de muchos es que se pase al torbellino de una posible crisis económica. La calle anti-corrupción no es más que un ensayo de grupos que no son políticamente mayoritarios, para medir pulso y ver si pueden arrear el vendaval  de una terrible poblada, que es como decir tierra arrasada.

Como periodista nací en las calles ensangrentadas, cubriendo las pobladas con un micrófono en las manos, y viendo recoger los cadáveres de las protestas con una cámara de televisión al lado. En mis juveniles pasos por la izquierda me tocó redactar cientos de panfletos que fueron regados en micro-mítines. No le temo a las calles, pero sé que es una soga que aprieta el cuello de los que no tienen un buen banco bajo los pies.

En la República Dominicana nadie tiene dominio de las calles. Ni el gobierno, ni la oposición, ni los izquierdistas jubilados, ni la sociedad civil, ni los oficialistas. Nadie. Mucho cuidado con dar calor de calle al  medio día   a las peticiones y a los problemas, porque si el ciclón toma fuerzas, pocos escaparan a sus vientos. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

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