Por Dra.Claudia Hernandez
Rahab se convirtió en una mujer de fe ejemplar, e incluso llegó a ser parte de la genealogía del Señor Jesús. Su historia es una historia de gracia y redención.
Cuando Josué envió secretamente a dos espías para reconocer la tierra de Jericó, ellos fueron enviados específicamente a la casa de una mujer con nada bueno que destacar. Al contrario, en su primera presentación de Rahab, la Biblia nos dice que era una ramera (Jos. 2:15)
Como amorrea, Rahab pertenecía a un pueblo idolatra. Ella vivió en Jericó, y su casa estaba junto a la famosa muralla (Jos. 2:1). Este era un sitio privilegiado y próspero, pero lamentablemente el trabajo de Rahab era la prostitución. Jericó era parte del reino amorreo, un reino de personas violentas y depravadas. Dios condenó este pueblo, y ordenó a los israelitas que los desaparecieran (Deu. 20:17).
La colaboración de Rahab con los espías fue el comienzo de la caída de Jericó. Los espías israelitas no estaban allí con el propósito con el que llegaban los demás hombres. Ellos la trataron con mucho respeto y dignidad mientras hacían su reconocimiento; le explicaron quiénes eran y en el nombre de quién venían. Seguramente también le testificaron del Señor.
Cuando el rey de Jericó le mandó decir a Rahab que sacara a los hombres que habían entrado en su casa, ella ya los había escondido, diciendo que no sabía a dónde habían ido (Jos. 2:2-5). ¡Qué sorpresa! Rahab era una mujer que vendía su cuerpo, y quizá se hubiera ganado una buena recompensa por entregar a los espías, pero por el contrario, Rahab los ocultó y les salvó la vida, dando evidencia de su inesperada expresión de fe.
La fe de Rahab dio frutos inmediatamente, como leemos en Hebreos 11:31: “recibió a los espías en paz”.
Ella les contó a los espías lo que había escuchado acerca de los israelitas y de cómo cruzaron el Mar Rojo. En Josué 2:11 leemos cómo Rahab hace una notable confesión de fe: “El Señor, el Dios de ustedes, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”.
Los espías juraron que tratarían con bondad a Rahab y a su familia cuando el Señor les diera la tierra. Le pidieron que pusiera un cordón escarlata en la ventana (Jos. 2:17-18). Esta señal estaría a la vista de todo Israel y nadie sería sacado de la casa cuando Jericó cayera.
Rahab fue salvada junto a su familia, y Josue nos dice que “ella ha habitado en medio de Israel hasta hoy”.
Rahab no se vuelve a mencionar por nombre en el Antiguo Testamento. Cuando Josué notó que ella vivía todavía en Israel, quizá ya había pasado mucho tiempo. Ella ya no era aquella mujer que una vez fue… ¡ese es el resultado de la gracia de Dios y del efecto transformador de la fe que nos salva!
Después aprendemos que Rahab no solo fue usada por Dios para salvar a los espías, sino también para que de su familia viniera el Salvador. Así nos cuenta el evangelista Mateo en 1:5-6: “Salmón fue padre de Booz, cuya madre fue Rahab; Booz fue padre de Obed, cuya madre fue Rut; y Obed fue padre de Isaí; Isaí fue padre del rey David…”.
“Por la fe la ramera Rahab no pereció con los desobedientes, por haber recibido los espías en paz”, Hebreos 11:31.
Con su hazaña, Rahab mostró su fe hacia ese Dios que ella misma testificó como el Dios de los cielos y la tierra. Esto fue antes de leer por sí misma las bondades del Antiguo Testamento, y ¡mucho antes de la Cruz! Esta es una fe que confió en el carácter de aquel Dios del que ella había escuchado.
En la vida de Rahab vemos que su pasado no determinó su futuro. Por su fe y la gracia de Dios sobre su vida ella pasó de habitar con un pueblo destruído a un pueblo escogido por Dios.
No importa qué tan grande haya sido nuestro pecado, por la obra de Cristo en la cruz podemos tener salvación. Rahab no fue redimida por haber escondido los espías; no se ganó el favor de Dios por eso. Aunque actuó con fe, ella nos enseña que Dios por su gracia y misericordia puede redimir incluso al más pecador de los pecadores. De hecho, aun esta misma fe de Rahab es solo eso: fe, no una obra como tal. Y fue esa fe la que la salvó.
“Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”, Efesios 2: 8-9.
Rahab es un recordatorio de lo que nos dice el autor de Hebreos en 11:6, “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan”. Ella creyó, y Él la remuneró, al punto que tú y yo seguimos hablando y aprendiendo de su ejemplo.